El fútbol parece a veces una taberna que acoge sólo a los más freaks de cada casa, una tasca que interpreta el derecho de admisión a lo bestia, un frenopático sólo apto para sujetos dudosos. Qué grande, el fútbol, esa religión con 1.200 millones de practicantes y aún más seguidores.
Esta semana hemos podido asombrarnos con una nueva exhibición de Gutiérrez Haz., alias Guti, alias ese ilustrado. En una sola entrevista afirmó que a Florentino «no le están saliendo bien las cosas» -¿acaso le confunde con Ramos, ese lateral diestro?-, que los jugadores extranjeros «no entienden los valores del Madrid» y por último que «ahora» tiene edad para estar hasta las 6.00 de la madrugada en los tugurios más ilustres de su ciudad. Recordemos: es capitán de su equipo, todo un veterano. La prueba de que coeficiente intelectual y fútbol nada tienen que ver.
-¡Es que el fútbol es un deporte, no una especialidad del postgrado de metafísica alemana del XIX!-, dirá alguien, reivindicando que lo único que se debe exigir a los futbolistas es que parezcan atletas griegos. Ni eso. Estos días hemos visto a Ronaldo meter su 11º gol en 17 partidos en Brasil, una media que ya hacía en Europa. «Estoy gordo, yo no me convocaría», afirmó, riéndose de su preparador físico, sus suplentes y su hueste de amantes. Pero tiene toda la razón: está hermoso, como Maradona o Romário, como Gascoigne. Bien podría haber sido un tío sin cambio de ritmo -Xavi, Lampard- o un gigante patizambo y desdentado -Rivaldo-.
O incluso un manco como Álex Sánchez (foto), el prometedor delantero de la cantera del Zaragoza. Sólo él sabe las barbaridades y los pintorescos insultos que habrá escuchado en los córners por haber nacido sin mano derecha. El domingo llegó a la cima, al debut en Primera. Aún más arriba estaba un depresivo crónico como Robert Enke, que no se repuso a la muerte de su hija, y hasta que fue al encuentro de un tren se disputaba la titularidad ni más ni menos que de la selección alemana en el próximo Mundial.
Este foro se declara fan acérrimo de los idiotas, los gordos y los tullidos, los desgarbados y los melancólicos. Ellos, con sus grandezas y miserias, hacen que desde el sofá nos sintamos futbolistas, que nos veamos capaces de todo. Algo que no ocurre viendo a los gigantes del baloncesto, a los héroes del ciclismo, a las bestias anfibias de las piscinas. El fútbol, el gran circo de la humanidad. Como diría el poeta, «el estiércol y las flores».
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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