La audiencia de Antena 3, ese nido irreductible de demócratas e ilustrados, se tomó en 2007 la molestia de elegir al ‘Español de la historia’. La bochornosa gala fue presentada por Matías Prats y tuvo momentos memorables: David Bisbal quedó el 41º, Isabel Pantoja (aquí, de joven) fue elegida en 32ª posición, Fernando Alonso (¡arriba ese cuello!) el vigésimo, justo por delante de un tal Goya, y doña Letizia -de quien les hablaría largamente si fuera futbolista y de verdad que lamento que no sea así y también deberían lamentarlo ustedes porque me verían desbocarme, perder la compostura y forzar el cierre de este blog-, la 15ª.
Lógicamente, la locura de los espectadores del canal ultra no se mantuvo ajena al top ten: el príncipe Felipe, séptimo, Adolfo Suárez, quinto y la Reina madre, cuarta. Como campeón absoluto de las Españas de todos los tiempos fue proclamado el Rey Juan Carlos, que se puso contentísimo. Entrambos cónyuges quedaron Cervantes (2º) y Cristóbal Colón (3º), que me recuerda que éste no es un foro de humor y que la culerada doliente no me perdonará más frivolidades.
Convendrán que si algo hizo grande al almirante no fue su llegada a América, que por supuesto, sino, sobre todo, el hecho de que volvió a Castilla para contarlo. Su hazaña marítima ya era conocida, pero si no hubiese regresado a la corte, su gloria y su presencia en la historia habrían sido infinitamente menores. En futbolés vulgar, la diferencia es evidente: ganar una Champions -cada año hay un vencedor- o lograr la gesta de ganar dos consecutivas, lo que no se ha conseguido desde esa leyenda del Milan de los holandeses.
La singladura de regreso fue durísima. Colón superó una tormenta de tres días, fue después interceptado por los portugueses. Las condiciones a bordo de su caravela eran dramáticas, el navegante dejó escrito en su diario de a bordo que «quedaba muy tullido de piernas por estar siempre desabrigado al frío y al agua y por el poco comer». Tan feo pintaba el asunto, que juró que realizaría hasta tres procesiones de agradecimiento al Cielo si salvaba la vida. Cuando ya había superado las Azores, según revelan sus escritos, contaba sólo con tres marineros de confianza para el tramo final. Y fue a las puertas de Lisboa cuando el cielo y el mar se juntaron para someterle a la prueba más dura que Colón iba a librar nunca en un océano…
Esta historia continuará. Hasta entonces, una sola reflexión. El equipo que durante 20 meses ha convertido el paraíso y la gloria más absolutos en una doméstica rutina merece crédito. Este equipo que nos había enseñado todo tipo de formas de ganar -pero siempre con fe, con furia, atacando sin descanso- librará aún una última batalla. Y lo hará en un escenario épico que, caprichos del balón, aún no habíamos catado en la Era Guardiola: el de la remontada europea en el Camp Nou con 90 minutos de tormenta futbolística desatada. No se lo pierdan. Crean. Hasta el más tullido de piernas es capaz de ganar. Por eso amamos el fútbol.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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