Ocurre que los Vidal son gente temblorosa, patidora y paranoica hasta límites asombrosos. Una salida nocturna de cualquiera de sus miembros jóvenes se ha intuido, durante décadas, poco menos que el prólogo de la noche de Alcàsser para los progenitores. Un trayecto en coche de más de cinco minutos se convierte en la mente de algunos de sus más insignes miembros en la crónica de una colisión que ríase usted de Grace Kelly, Ayrton Senna o Lady Di.
Este fatalismo puede venir explicado por la tragedia que tuvo que sufrir el disortado Francesc Vidal en 1935. Era febrero y con cinco días de diferencia perdió a dos hijas por la gripe. Ahí perdió parte de su cordura y puede que entonces comenzara ese permanente miedo a la separación, al adiós y a las muertes en esta familia. El Barça, bien lo saben, también tuvo sus Francesc Vidal. Estaban en la grada en Berna, en Sevilla, en las negras décadas del tardofranquismo. En Atenas y el tamudazo, también.
Uno piensa en todo ello cuando prepara el último post de esta Liga, justo antes de poder ver a Floren presentar a nuevos futbolistas «que nacieron para perder en el Real Madrid», a ese hombre que adulteró el campeonato a fuerza de cheques en blanco y que sólo ha ganado esto. Haciendo balance, uno puede preguntarse qué quedará de este Barça inolvidable, qué poso dejarán la desmemoria y el Alzheimer y los lustros. La respuesta es clara: una afición optimista, y un modelo basado en la cantera, en los chavales que se criaron de azulgrana soñando, soñando de verdad, con celebrar un gol en el Camp Nou. Ésa es la principal diferencia con el Enemigo, esa Banda de mercenarios apátridas y sin valores.
Esta entrada continuará. Hasta entonces, piensen qué harían ustedes si precisamente este domingo a las 19.00 horas tuvieran (Dios no lo quiera) un compromiso con su muy santa madre para acudir a un teatro en Lleida a ver una obra. No sean tímidos, comenten cómo resolverían semejante crisis; no olviden que la Liga se acaba y que la espera será larga.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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