La política, entendida como espacio de polémicas de barra de bar, encuentra en el fútbol los mismos ejes que distinguen la contienda partidista en este mi país: el identitario y el ideológico. No se me pierdan, que el Mundial ofrece claros ejemplos de ello.
Si está usted convencido de que el engominado fútbol europeo es superior al sudamericano, es usted un muy respetable colono. Si por el contrario piensa usted que el callejero balompié del Cono Sur es mejor que el del Viejo Continente, es usted un muy respetable indigenista.
En el otro lado del espectro, usted puede ser de los que quiere que las grandes selecciones, las que ya alzaron la Copa Jules Rimet, lleguen por lo menos a cuartos de final: es usted un maldito tradicionalista. Si, por contra, se ilusiona con unos cuartos de final con Nueva Zelanda, Corea del Norte, Honduras, Nigeria, Eslovaquia, Japón, España y el Kurdistán, es un asqueroso moderno.
Test rápido:
-¿Le dolió que Italia cayera a pesar de tener una generación tan lamentable? Es un tradicionalista.
-¿Está convencido, como Obdulio Varela, de que es imposible que Uruguay pierda con Corea del Sur? Es un indigenista.
-¿Se emociona cuando ve que Inglaterra y Alemania se cruzan en octavos de final para dejar en triste roña lo de Isner y Mahut? ¡Tradicionalista!
-¿Cree aún que Argentina es un fraude donde su madre y sus amigas podrían jugar de defensas y que caerá claramente en cuartos contra ingleses o alemanes? Colono.
-¿Le agrada la idea de que en cuartos estén forzosomante Ghana o Estados Unidos? Moderno…
-¿Ha repetido quince veces en la última semana que el Mundial está siendo una bazofia porque se ve poco espectáculo? Moderno otra vez.
Sólo para que les conste y podamos entendernos en el futuro, este cavernícola les aclara que es un indigenista y tradicionalista que desarrolló el paladar gracias al Barça pero tiene en el armario una camiseta de Gattuso, ese poeta.
pd. Habrán apreciado que no se menta en la discusión geopolítica ni a Oceanía, Norteamérica o África. Si usted lo echa en falta, es porque probablemente lee esto desde un ordenador robado y con el wi-fi de algún vecino incauto; no cabe duda de que es usted un enemigo de todo lo bueno que hay en nuestra civilización.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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