Holanda, la romántica Holanda hippy del 74 en que todos fumaban (excepto el seis, visiblemente cabreado porque no le pasaron el porro) y todos practicaban la coyunda libre, la que descubrió el fútbol total y el poder de la posesión del balón y el ataque continuo, ha sido durante 30 años heredera de la colosal obra de Rinus Michels que popularizó Cruyff.
En 1978 mantenían su filosofía y fueron de nuevo finalistas, ya sin el Profeta del gol. Jugaron la final demasiado cerca de los centros de tortura de Videla y volvieron a quedarse, como cuatro años antes, a las puertas de la gloria. Sólo Hungría y Checoslovaquia, ambas recordadas aún por su fútbol, han igualado esa fatalidad.
Holanda seguía siendo un espectáculo cuando juntó en una generación a Gullit, Rijkaard, Koeman y la bestia de Van Basten. Y en los 90 mantuvo su apuesta por los paladares exquisitos. Pero resultó que al animalico le apetecía entrenar y entre 2004 y 2008 se dedicó a convertir el fútbol oranje en una vulgaridad. Su heredero, con menos veneno y más sentido común, manda jugar a lo mismo y allí le tienen: en una final. Con el heroico Gio, que jugará mañana el último partido de su vida, con el esforzado leñador al timón, con la puntería de Sneijder y el vértigo de Robben. En líneas generales, con un juego lo bastante timorato como para creer que pondrán en problemas a la selección española y como para que haya riesgo real de que Cruyff se suicide si semejante horror se lleva el título.
Qué hermoso el fútbol: hoy corona al rey absoluto. En un rincón, una colla que renunció a su estilo pero no a su mítica camiseta. En el otro, un equipo renqueante por la covardía de su entrenador (aquí, su táctica favorita) que ya ha anunciado que celebrará así el título.
Qué hermoso, el fútbol, ese deporte democrático: secuestrados contra usurpadores. La gloria les espera.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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