Los instantes más genuinamente dramáticos del partido llegaron de la mano de Abidal: el gran Éric, el hombre que marca un tanto cada 125 partidos, el hombre que aún no ha celebrado tanto alguno de azulgrana, chutó a puerta. Y lo hizo -atención- en dos ocasiones.
Ambos disparos se convirtieron en desafíos cósmicos, instantes de trascedencia histórica. No era un balón lo que volaba hacia la portería, era el último espermatozoide del centenario Abraham volando rumbo a Sara, la Pinta, la Niña y la Santa María, el Apolo XI… El primero, durísimo, fue rechazado por un defensa cruel. El segundo, fallido, lo recogió Messi para cerrar el partido contra un dignísimo rival. Y Éric se quedó sin el gol que prometió para la final de Champions del pasado año, sin el gol que prometió celebrar con tres vueltas al campo. Esta tensa espera, esta prolongada y milenaria búsqueda, está siendo extraordinariamente divirtienda. Mucho mejor que no marcara ayer.
Luego está lo de Villa. Desde que quedó ungido como asesino oficial del equipo, ha adoptado los hábitos de Agnes Gonxhe Bojaxhiu. Consuélense: el leopardo es el más peligroso de los felinos a pesar de que también es el que más falla. El siete del Barça está sólo jugando al trasvestismo emocional, a la transmigración anímica para tratar de comprender al melancólico Kodro.
Y mientras todo ello ilumina las noches en el Camp Nou, Raúl quiere batir a Muller. Lo conseguirá sin duda, aunque tenga que vivir 104 años y jugar en equipos húngaros que juegan la ronda previa. Y para entonces, Messi habrá duplicado esa marca.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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