FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«Callado durante todo el trayecto en coche, ya en las escaleras le pregunté a mi padre si estaba tan convencido como todos los demás. Intenté que mi pregunta pareciera puramente casual, el típico amago de charla deportiva que traban dos hombres un día cualquiera, pero en realidad no tuvo nada de eso: lo que de hecho deseaba era que un adulto, mi padre para más señas, me tranquilizase y me convenciera de que lo que estaba a punto de presenciar no me iba a dejar maltrecho de por vida. ‘Mira -debería haberle dicho-, cuando juegan en casa un partido de liga normal y corriente, me da tanto miedo que pierdan que no puedo ni pensar, ni hablar siquiera; a veces no puedo ni respirar. Si te parece que el Swindon tiene la más mínima posibilidad de ganar, aunque sea una entre un millón, mejor será que me lleves a casa ahora mismo, porque no creo que pueda soportarlo'». Fiebre en las gradas, Nick Hornby.
Conviene recordar las palabras del sabio, pronunciadas cuando era niño y su Arsenal se enfrentaba a una final, para fijar la actitud correcta ante el partido del lunes. Ante el vacío de estómago y esa extraña suspensión intestinal, ante el cosquilleo inguinal y la hiperproducción de la bufeta, uno tiene que olvidar que el Barça-Madrid es la oportunidad de que el Bien se imponga al Mal y de que es justo y necesario humillar de nuevo el monumento a la soberbia que han edificado entre Mourinho y el Tito Floren. Esos argumentos estaban muy bien y nos acompañaron durante dos temporadas gloriosas en que el Barça bailó desnudo sobre la genuflexa Banda.
Pero la necesidad de ganar no procede ahora de la razón ni de la justicia, sino de las vísceras. Las palabras de Horby dan la clave de muchas cosas. Desnudan ese terror acerval, esa indestructible tozudez, la negativa feroz al fracaso y al final descubren una única cosa:es simplemente cuestión de ser o no ser.
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