Ahora se ha cumplido un mes del Torneo Brunete. Lo ganó el Barça, claramente inferior a La MiniBanda, tras empatar a cero y ganar por penaltis. Pero más que la final me impresionaron las palabras de su capitán, un central tremendo llamado Sotillos, en la semifinal. «Que perdiesen tiempo». Dicho con esa naturalidad, con esa convicción absoluta, de boca de un alevín.
Aquel chaval me ha hecho pensar en la cultura de la derrota que se ha instalado en la Casa Blanca. Las columnas de diversos articulistas así lo reflejan, una vez superado el prolongado soufflé mourinhista. Y uno piensa que no son sólo títulos y récords lo que ha logrado este Barça de las manitas. También hay un daño psicológico irreparable al eterno rival. Por primera vez han conocido el miedo, un azote que el Barça padeció durante décadas y que superó de la mano de este equipo irrepetible.
Y de este miedo quería hablarles. El extraordinario Retratos y encuentros de Gay Talese incluye el relato El perdedor. Es el perfil de Floyd Patterson, en su tiempo campeón del mundo de los pesos pesados. Talese le conoció cuando ya no era el mejor, en la derrota: «Pero Patterson, que tiene sólo 29 años y apenas un rasguño, se niega a creer que está acabado. No puede evitar pensar que fue algo más que Liston lo que le destruyó: una fuerza extraña, psicológica, tuvo también que ver; y a menos que pueda comprender cabalmente qué fue y aprender a manejarlo en el cuadrilátero, no sería capaz de vivir en paz en ningún sitio, salvo al pie de esa montaña. No será capaz nunca de desechar las patillas y el bigote falsos que, desde que Johansson lo venció en 1959, lleva consigo en un pequeño portafolios a cada pelea, de modo que se pueda escabullir lejos del estadio dado el caso de perder».
Con siete puntos de ventaja uno piensa que no es la aritmética lo que da la Liga al Barça. Es la excelencia propia y el miedo ajeno. Es el pequeño Sotillos pidiendo la hora. Es Mourinho preguntándose qué tal le sentarían unas patillas y un mostacho falsos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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