FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Visitemos hoy una dimensión espaciotemporal distinta. El mismo limbo del fútbol, ese lugar ambiguo que Dante definió como «de suspiros, no de llanto». El limbo del balón lo pueblan todos aquellos goles que se fallaron estrepitosamente -recuerden a Cardeñosa, a tantos miles de clamorosos fails que futbolistas y aficionados ya celebraban, reclamaban como propios-, pero también los que se anularon.
Son particularmente duros esos tantos fallidos en que se producen largas e intensas celebraciones sin que nadie repare en que la acción está anulada. El juez de línea, como un verdugo, se queda brazo en alto, parado en la cal; nadie le ve, y él espera, aterrorizado y gozoso, el momento en que el mundo repare en su poder. En el limbo han quedado instantes de horror colectivo, momentos de felicidad cumloader, gatillazos que acabaron de enterrar a una promesa.
Todos tenemos un gol en el limbo que nos marcará. Servidora arrastra aún sudores fríos del de Pedro en la final de Mestalla: tanto celebró, tan sentido y durante tantos segundos, que algunas noches aún piensa que el Barça ganó esa final de la Copa-del-Rey-que-puso-Franco. Cosas de este deporte: como si su realidad no fuera lo bastante dramatica, durante unos instantes, un hincha puede vivir en un mundo inexistente, un mundo que ha visto, oído y tocado, un mundo donde ha gritado y vibrado, tan real y tan falso como el mismo fútbol.
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