«De vegades penso que abans que poetes som malvats i, per tant, no tenim remei».
Jaume Cabré, Jo confesso
29 de 31. El porcentaje es tan salvaje que uno se queda sin una explicación racional para ello. Al final, la conclusión más obvia es que el Barça está condenado a ganar. Que no puede evitarlo, que hasta jugando discreto, con un Messi gris, con un juego atrancado, acabará por derrotar al rival.
No importa si el rival está lleno de campeones orgullosos, de italianos criados en Mordor. Azulgranas juegan y ganan y eso es todo. Con penaltis, con rebotes, con goles feos. El Milan desafió al Barça y, lo avisamos, se expuso a una muerte cruel y dolorosa, eso es lo que tuvo. Pobre Ibra, multicampeón de tantos y tantos títulos domésticos, una vez más frustrado. Pobres Nesta y Ambrosini. Pobre orgullo lombardo, forjado a base de copas de Europa, amamantados con hasta siete tazas de vanidad.
Hace tres semanas, un ilustre cavernícola pisó Milanello y ya informó aquí, en rigurosa exclusiva, que el Milan respiraba miedo y pesimismo ante el cruce con el Barça. Sin fe, en fútbol es muy difícil. El Barça alineó anoche a nueve canteranos, el Milan, siendo generosos, a un par de ellos; en fútbol esos detalles cuentan.
Los italianos fueron sabios adivinando que no estarían en semifinales, asumiendo que el Barça está condenado a pasar ronda. No por la belleza de la que es capaz el Barça, sino por el instinto homicida que esconden sus enanos; malvados antes que poetas.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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