Quienes escribimos de fútbol recibimos en ocasiones críticas por usar un lenguaje y un imaginario excesivamente bélico para narrar lo que no deja de ser un deporte. A ellos van dedicadas estas noticias: este fin de semana, un jugador de Tercera Regional agredió en Girona a otro después de reconocerle como agente de los Mossos d’Esquadra. Casi simultáneamente, a muchos kilómetros, Silva, futbolista de Boca Juniors, se enzarzaba a puñetazos junto a varios compañeros contra aficionados del Tigre; tanto empeño puso el angelito que se rompió la mano durante el rapto. Etcétera.
En todo ello conviene pensar antes de una semifinal europea que se juega en campo del Chelsea, cuna de los terribles Headhunters, nido de ese buitre llamado Abramovich, comandado por los indomables Terry, Lampard y Drogba. Todo huele a violencia ante una noche como la de hoy, más aún si recordamos lo sucedido hace ahora tres años. Por si la ocasión no fuera suficientemente grave, este equipo forjado de petrodólares y maldito en la Champions buscará hoy venganza.
Desde aquí les queríamos pedir fe, será un partido duro, y resignación, cómo vamos a jugar una semifinal fuera de casa sin sufrimiento. Y para que lleven mejor el trance les quería hablar de M. O., amigo de esta cueva que la noche del Iniestazo vio el partido en un rincón ultrabarcelonista donde el gol vino acompañado de un formidable estallido de botellas, muebles y avalanchas. En la detonación, M. se golpeó en el escroto con una silla y sufrió una herida interna en tan sensible zona que le dejó un notable hematoma. Dicho recuerdo fue desplazándose en posteriores días hasta alcanzar su pene, donde finalmente se reabsorbió.
Prepárense. Sonrían a la tormenta y recuerden, qué cosa hermosa es el fútbol.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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