«Finalmente se encontraron los restos y se pudo reconstruir lo acaecido: sufrimiento, enfermedades, hambre… canibalismo. El horror que despertaron estos hechos en la sociedad victoriana hizo que durante décadas los británicos volviesen la espalda a las regiones polares».
Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida. Javier Cacho Gómez
El Discovery inglés y el Fram noruego llegaron a la costa antártica con pocas semanas de diferencia. En la nutrida expedición británica apenas había gente que supiera lo que le esperaba, mientras que los ocho noruegos habían tenido experiencias muy similares en lugares extremos. La expedición de Amundsen, además, desembarcó 96 kilómetros más cerca del polo. Pero esos detalles eran nimiedades. A unos y a otros les esperaba en la Antártida un frío extremo, oscuridad y la angustia de la competición.
Muchos futboleros habían olvidado hasta anoche esa genuina sensación del miedo a perder. El Madrid, a quien le ha metido mano media Primera División, llevaba muchos meses sin sentirse inferior en un partido grande. Si repasan los escasos partidos verdaderos que ha jugado este año, verán que sus únicas derrotas no tuvieron consecuencias (ida de la Supercopa y Balaídos). Ayer, durante largos periodos, se sintió a merced de un rival paciente y venenoso.
El Barça, a su vez, vio cómo le despertaban bruscamente de su paseo triunfal. Busquets y Xavi se hincharon a perder pelotas para regocijo de los esprínters del rival y la medular aparecía durante largos minutos como un objetivo inalcanzable. Arriba, Messi chocaba una y otra vez contra el muro y el barcelonismo revivía el inigualable horror a perder contra los Quincazos. En ambos bandos se supieron derrotados, en ambos bandos cataron el amargo sabor del fracaso ante el gran rival.
Idéntica sensación se apoderaba de las expediciones británica y noruega a finales de 1911. Mientras hacían sus preparativos, pudieron leer los horrores que habían sufrido los aventureros que les precedieron. Pudieron repasar la barbarie en que derivó la expedición de Franklin o el pánico de que fue presa Shackleton durante su desesperada marcha: «Nuestra comida nos esperaba por delante, mientras sentíamos el aliento de la muerte en nuestras espaldas”.
No es la muerte lo que acecha a la espalda de los barcelonistas, sino algo peor: es Cristiano, que se desmarca al agujero. Mientras, el madridismo intuye que Pedro cabalga desbocado hacia su portería, y que difícilmente volverá a fallar.
El Clásico ya lo saben, es ante todo un interminable ejercicio de control del miedo. Que lo disfruten ustedes.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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