«El explorador metódico, reflexivo y prudente, de repente, dejó que la oscuridad de la noche antártica entrase en su alma, reviviendo sus miedos, exacerbando sus vacilaciones, haciéndole olvidar su pormenorizada planificación y empujándole a tomar decisiones que parecían ajenas a su personalidad».
Amundsen-Scott: Duelo en la Antártida. Javier Cacho Gómez
Toda gran empresa vive un momento crítico. Un momento en que uno examina las fuerzas que le quedan para salir adelante y teme que no bastará, que el fin está cerca. Ahí está este Barça. De nada le sirve haberlo ganado todo, ni haberlo hecho tantas veces, ni jugando como lo hizo ni con toda la Masia sobre el césped. O levanta dos eliminatorias, o a pesar de llevarse la Liga este será recordado como un año discreto.
En la memoria no quedará ese 95% de partidos en que el equipo da espectáculo y arrasa a todos. En la memoria cainita de los culés quedará que no pudieron con el equipo más caro del planeta (un equipo mezquino y sucio hasta la náusea) ni con el descomunal autobús italiano de un equipo con siete Copas de Europa. Nadie recordará que el entrenador estaba en otro continente recuperándose de una grave enfermedad, ni de que éste es un juego de azar en que la gente suda.
Por eso los 90 (o más) minutos de mañana son trascendentales. La Banda se juega más porque tiró la Liga hace meses, pero trae la ventaja del empate de la ida. Sólo se motivan cuando ven enfrente un tío de menos de metro setenta con una camiseta azulgrana, por eso una victoria local se antoja difícil. Y el camino para lograrla es desconocido, aunque sí estamos seguros de cuál es el camino que lleva al desastre: el del juego sin identidad, el exceso de prudencia, la renuncia a la pelota, la hiperexcitación. Los compañeros de Amundsen, hace un siglo, vieron peligrar todo cuando se acercaba el momento crítico de atacar el Polo Sur, cuando se dieron cuenta de que a Amundsen «el fantasma de los ingleses le atormentaba sin descanso”.
Mañana es el día en que, más que nunca, Messi se tiene que juntar con Xavi e Iniesta bajo la tutela de Busquets, con dos energúmenos tirando desmarques por delante mientras Alves sube una banda y Piqué aparece en la frontal del rival justo cuando Alba pisa la línea de fondo y Abidal calienta en la banda para que el estadio entero se estremezca. Mañana no es un partido para ver fantasmas. Porque hasta en la derrota nos gusta reconocer a los nuestros. Y sobre todo, porque el miedo es el camino más corto al desastre. Que lo sientan ellos.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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