FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Llantos, hipos histéricos, luto, mal humor, fotofobia, divorcios, broncas en los semáforos y consultas a Wikipedia para averiguar quién demonios es Constant. Duro jueves se avecina, amigos. La Champions, esa resonancia magnética a la que se someten los mejores clubes del mundo, desnudó anoche al Barça.
Esa durísima prueba dejó algunas verdades. Una: que el Barça no perdió por las malas artes del rival ni por su poco acierto ante la portería rival: los azulgrana estuvieron tan duros como el Milan, pero no crearon peligro en 90 minutos (pese a las increíbles seis ocasiones que concede la UEFA). Dos, que estaría bien afrontar ciertos partidos con una defensa que no dé risa encarar.
Sobre todo, el partido insinúa que a este equipo le falta ese cuajo, ese punto de hervor que define a los campeones, aquel intangible que les hace remontar partidos imposibles, obtener victorias inmerecidas, beneficiarse de errores arbitrales insólitos. Lo de hoy no es nuevo: si quitan al Atlético de Madrid, comprobarán que el Barça ha jugado este año cinco partidos importantes -cuatro contra La Banda y el de anoche-, en los cuales sólo ha cosechado una estéril victoria.
De la noche rescatamos el magisterio de Ambrosini, la dureza mental con que afronta partidos en que sabe que sólo va a sufrir y aburrirse, y la maravillosa afición italiana, vibrando con las entradas a Messi en medio campo, celebrándolas como si no hubiera mañana. El fútbol es único seguramente porque cada cual se lo pasa en grande como quiere. El fútbol es grande porque incluso al derrotado le queda el derecho de despreciar a su verdugo y a sus malditas crestas. Feliz jueves.
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