FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Pongamos que había trabajado en la cosa farmacéutica. Química legal, cuidados para abuelos, placebos, algo de cosmética… No poca miseria humana y una cierta voluntad de ayuda al prójimo. Pongamos que decidió dejar aquello, juntar sus ahorros y hacerse con un bar. Encontró uno apropiado. Con solera y clientela habitual. Además, el bar no tenía un nombre cualquiera, tenía un nombre sonoro y difícil de olvidar: el bar se llama Balón de Oro. Se lo quedó.
Pongamos ahora que todo ello ocurre en Barcelona e imaginemos que cuando nuestro farmacéutico lleva dos años fregando cada tarde el suelo de su bar, el barrio recibe un nuevo vecino. Al principio es una leyenda urbana, que luego se convierte en rumor y asciende toda la escala de las mentiras bíblicas hasta adquirir el estatus de verdad completa: Leo Messi vive ahí mismo.
Pongamos que el Balón de Oro es el bar más cercano a la morada terrenal del Dios del fútbol. Pongamos que cualquier mañana, el único mortal con cuatro esferas doradas en su vitrina decide tomarse un café. Cuando entre en ese local, no habrá en ese instante ni una brizna de casualidad: será un triunfo de la incierta ley de la atracción entre cuerpos dorados.
No me dirán que Barcelona no es una ciudad maravillosa. No me dirán que Messi no es poético hasta en el café con leche.
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