Es cierto que Seydou Keita ganó una vez un Balón de Oro de un Mundial sub 20. Es cierto que se llevó el galardón por delante de gente como Ronaldinho o Xavi. Pero Seydou es un tipo sensato y sabe perfectamente que en este Barça su rol no es otro que el de hacer de fondo de armario.
Jugadores de su nivel son claves en este Barça, porque nadie aguanta jugarlo todo -y La Banda tarde o temprano pagará por ello- y porque además no genera mal ambiente pese a sus eternas suplencias. Hubo un tiempo, jugaba en Francia, que este volante zurdo podía acabar una temporada con 11 goles, a lo Deco. Hubo un tiempo, en el Sevilla, en que podía meter tres goles en una sola edición de la Champions. En que podía hacer barbaridades como ésta.
Fue su otra vida. Seguramente su autoestima actual está muy por debajo de la de entonces. Sabe que la afición remuga cuando ve aparecer el 15 en el luminoso. Sabe que su culo se ha cuadriculado y sabe que los que le cierran las puertas de la titularidad le dan mil vueltas.
Pero claro, el Barça también compensa. Porque forma parte de un equipo que lleva dos años y medio haciendo historia. Porque las primas que se cobran por título son una cosa seria. Y porque en ningún otro lugar del mundo, en ningún otro club, jamás de los jamases, podría haber soñado con recibir asistencias como las que le han dado en la última quincena Iniesta y Messi.
Ya lo saben: si tienen vocación de roedor, pregunten primero al bueno de Seydou.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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