Debe ser nuestra naturaleza. A los cronistas les escandaliza que medio siglo después siga habiendo suaristas y kubalistas, pero así somos y hay que aceptarlo. Éste es un club escindido y cainita, con grandes aptitudes suicidas y reconocida habilidad para la permanente dioscordia, por los siglos de los siglos, amén.
Pero los grandes debates del barcelonismo no son hoy deportivos: sabemos a qué queremos jugar y el modelo no es, seguro, nada que haya salido de las botas de Rexach (alias una Liga en 16 años y medio siglo cobrando del club), Fusté (con un total de cero ligas y tres goles en 12 temporadas) o Migueli, flamantes asesores de Rosell. La discusión está en el modelo de club y en quién y cómo representa la institución.
El barcelonismo ya sabe de qué va Sandruscu. Tras un lustro de calentar braguetas aprovechando el antilaportismo de la gente decente y honrada, ha llegado al poder con dos propósitos: maniobrar en la sombra y masacrar a su predecesor. Para ello está empleando a sus medios afines -ya lo eran de Núñez- y la asamblea del club, a la que lanzó contra Johnny mientras él se hacía el ecuánime.
Es enorme el asco que producen las maneras de LaPotra, su círculo de confianza, su desvergüenza a la hora de gastar en perfumes, puros y jets privados el dinero del socio. Como lo es el miedo que da el estilo decimonónico de Rosell: con él vuelve el ancien régime, los viejos poderes políticos y económicos, el oscurantismo, los privilegios de la casta de los intocables.
Hay en Barcelona una única persona a quien le gustó Miedo y asco en Las Vegas. Era perico y consumía mucho THC. Si no comparten esas aficiones, tengan bien cerca una buena bolsa de plástico o una amplia palangana. Falta les hará, es nuestro sino.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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