Tan necesario como ganar títulos, tan bonito como ganar a La Banda, tan satisfactorio como llevar nuestra incivilización a Canaletes. La tradicional farsa de Florentino echando entrenadores ante los micrófonos se ha convertido en una festividad entrañable que este año volvió a llegar puntual con toda su exuberancia ritual: filípica predemocrática, cantinela de purpurado, y requiebros imposibles de un hombre atrapado en su laberinto de patrañas.
Hace sólo un año, el Campeón Mundial del PC Fútbol explicaba que «hay que ganar dando espectáculo para conquistar al aficionado». ¡Quiá! Ha recapacitado, señores, se ha visto unos vídeos de Chendo y Camacho dándole al balón y ha comprendido el auténtico espíritu de ese clú que a cada año bate nuevos récords de garbancerismo y megalomanía. Ahora, tito Floren dice que «el espíritu del Madrid es primero ganar, espíritu de sacrificio y valores«. Viéndole, más de uno pasó miedo. A su frase le faltó «cojones y mostachos». Y un «¡Se sienten, coño!».
Hace un año, el ex concejal de Urbanismo del ayuntamiento de Madrid explicaba que el proyecto deportivo estaría basado en la estabilidad; ahora, que la estabilidad es ganar. Tendremos tiempo a lo largo del verano para hablar de Mou, ese nuevo regalo que llega para hacernos un poco más culés si eso era posible (y por cierto, según la Gazzetta dello Sport, mucho más respetable que el As o el Marca, lo hace al precio de 16 millones de euros). Vienen grandes días gracias a este ex director general de la Asociación Española de la Carretera que se empeña en despreciar las reglas del fútbol y el deporte y ha conseguido enervar a Zidane y Valdano de una tacada.
Mientras sopesamos si acaso no deberíamos proclamarle Cavernícola de honor, les dejo una reflexión de un empresario catalán conocedor de la hoguera de vanidades que es el palco del Real Madrid: «Florentino no volvió para lavar su nombre después del fracaso de su primer proyecto. Volvió porque ACS había caído en el ranking frente a sus rivales y sabe que ningún lugar como el Bernabéu para hacer negocios; desde que ha vuelto, han remontado el vuelo».
El Ecce Homo, el hombre que en su vida persiguió un balón.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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