Y ahora nos encontramos a un gitano musulmán sueco de extrarradio dispuesto a cambiar para siempre nuestra concepción del taconazo. Ibrahimovic, ese monstruo flamenco, reinventor del arte del zapateado, consiguió ayer una de las asistencias más salvajes que se han visto en el Camp Nou, y es mucho decir. Sumó, además, su séptimo pase de gol en lo que va de año, igualando todas las que el Negro Descabezado y Enloquecido consiguió en toda la pasada temporada.
El gesto no es difícil, pero la visión de juego es sobrenatural. Pobre Pedro, imagínense si falla. Subiendo el volumen (http://www.youtube.com/watch?v=6CrzJd8gAnw) se oye el «¡Ooohh!» del Camp Nou, el estadio menos impresionable del mundo. Picassovic dio ayer hasta seis taconazos -en el aire, dentro del área, con defensas colgados de la espalda- para explicar que si a fútbol juegan los hombres y no los patos, por algo será.
Cuando le enfocan las cámaras, debajo de esa mirada reconcentrada, a veces se le intuye un esbozo de sonrisa. Le ocurre cuando está a punto de hacerle al defensa la gran pregunta: «¿Vale de tacón?».
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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