Un anciano se revuelve en su espeso insomnio con un destello en la mirada. «Yo estuve ahí el día en que el Barça se convirtió en un equipo perdedor», piensa. A sus 85 años, no ha olvidado el peor día de su vida. Ocurrió en Berna en 1961. Hombres llorando. Los vencedores pidiendo perdón. Luis Suárez al teléfono: «Perder allí fue una cosa sobrecogedora. En mi vida de futbolista jugué tres finales de Copa de Europa, pero de todas, la que tenía que haber ganado fue aquélla». El anciano se sofoca y busca otra postura. Las lágrimas de aquel héroe griego llamado Kubala. Suyos fueron dos de los cuatro palos: un disparo que se paseó por la línea entre madera y madera para insultar al barcelonismo y salir hacia fuera. Y Vergés, que jugó 429 partidos pero que no se puede olvidar de aquél: «Te queda dentro una cosa que no te puedes quitar nunca», le ha confesado más de una vez entre susurros. La FIFA cambió para siempre los palos cuadrados y el abuelo siente un sudor frío en la espalda. El recuerdo del 1-2, deslumbrado por el sol, el fallo que le acompañaría toda su vida, el fallo que le atormenta esta noche de insomnio. Las disculpas del Benfica tras ganar. «Tranquilo, Antonio, en fútbol no siempre gana el mejor», le dijo el guardameta rival, Costa Pereira. Sus discusiones imaginarias con su entrenador de entonces, Orizaola, por cómo planteó el partido. «La cagó», dice, embargado por un rencor de décadas. El anciano insomne y atormentado es Ramallets, leyenda del Barça. Está muy enfermo, ya casi no queda nadie con vida de aquel partido. Su mal es el de todo el barcelonismo, que una tarde soleada supo que la vida puede ser muy hija de puta. La muerte aún no se lo ha llevado. Suyo fue el fallo del 1-2; una pelota blanda que le caía a las manos y que él no atajó. Ramallets está hoy está medio ciego; ve cada noche aquel sol que le traicionó.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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