«Un partido contra la violencia en Aquisgrán convocado bajo el lema ‘Deporte en lugar de violencia’ se saldó con graves consecuencias para un espectador, de 24 años, que afeó desde la tribuna las agresiones en el campo. Uno de los futbolistas se lanzó sobre él y, tras insultarlo, empezó a darle puñetazos. Le siguieron otros cuatro compañeros de su equipo, que le patearon y siguieron con los puñetazos, cuando la víctima ya estaba en el suelo. Los agresores, de entre 20 y 25 años de edad, huyeron en tres automóviles, sin que hasta el momento la policía haya logrado dar con ellos«.
Esta crónica de un partido disputado este año ilustra una semana de fútbol verdadero. Como también lo hace el juicio que se celebra estos días en Cerdanyola: cuatro espectadores de un partido de fútbol agredieron a un quinto a puñetazos y le rompieron dos dientes. Éste repelió la agresión como mejor supo: clavando un bolígrafo en el pecho de uno de sus contendientes. Cuatro de los implicados se exponen a una pena de cárcel. ¿Qué finalísima de la Champions veían tan iracundos futboleros? Un partido de Liga entre el Industrial y el Halcón de la primera vuelta que se disputó en fechas navideñas.
Cabe recordar que el reciente debut de Maradona como técnico vino sazonado por la noticia de que un inglés se proponía decapitarle porque perdió dinero con ‘La Mano de Dios’, la misma gesta por la que un miembro del cuerpo técnico de la selección escocesa, un tal Terry Butcher, explicaba, 22 años después, que «nunca» le perdonaría: «Me dijo que marcó con la cabeza».
Nadie piense que esta caverna ha enloquecido y fomenta ahora el uso de la violencia. Nada más lejos de su intención. Pero ocurre que hay ciertos partidos (cuatro o cinco cada año) en que uno recuerda que a veces el fútbol no es más que un simulacro bélico, y que la guerra se inventó, como explica Marvin Harris, para ganar al enemigo en su territorio.
Viendo al Barça que visitó al Sevilla, el equipo que mejor ha retratado su grandeza y su miseria en los últimos años, el barcelonismo se sintió orgulloso de ver que su equipo entiende que a veces hay que pensar en cómo herir al enemigo y cómo protegerse de él. Fue un gusto ver a Márquez y Piqué lanzar un pelotazo tras otro para evitar pérdidas de balón. Fue un gusto ver a Touré y Keita explicando en el centro del campo que a una guerra siempre es mejor enviar al más fuerte.
Y fue un placer ver al mejor guerrero del mundo en el eje del ataque para dar el golpe de gracia. La jornada deja una lección: el Barça de Guardiola conoce el fútbol y conoce la guerra.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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