Champions

Tres alaridos para la eternidad (y III)

11 junio , 2015

«La nueva y milagrosa energía, la energía eléctrica, se ha aliado con el otro elemento dinámico que mayor fuerza tiene en la vida: la voluntad humana. Un hombre ha encontrado la misión de su vida. Y la misión, a su hombre».

Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig

El mundo ha cambiado mucho cuando el pueblo azulgrana llega al tercer alarido de su quinta Copa de Europa. Ha pasado una eternidad desde el gol de Suárez. Le han anulado un gol a Neymar y hemos seguido sufriendo. Tévez tiene el punto de mira desviado y Ter Stegen casi nos mata a todos con un despeje de puños suicida que está a punto de convertirse en el segundo autogol más catastrófico de nuestra historia.

Son minutos de agonía, de sed, de comprobar que la cerveza no es la respuesta, de beber más. Y el árbitro tiene a bien arruinarnos la vida añadiendo cinco minutos. Al final, una falta que va a ser la última. El espectro de Ramos sobrevuela Berlín pero el pelotazo, un melón absolutamete indecente, cae blando y a la zona de Piqué, que gana dos saltos colosales a tíos de metro noventa y tiene el acierto, además, de dejarla caer a la zona de Messi. La Bestia Parda, más rápida de cabeza que de piernas, la deja botar dos veces antes de tocarla de primeras y perfecta, al agujero que lleva a Neymar hasta Buffon.

Neymar hace un mal control, tiene la negra. Su buen partido no ha impedido que haga un funesto control en la jugada del primer gol. Y le han arrebatado con justicia un tanto, la gloria de golear en una final de la Champions.  Eso no afectará al glorioso destino de la jugada. Se la deja atrás y da tiempo para que Conan (WTF?) se una a Marchisio en una precaria última línea defensiva. Pedro recibe y tiene la oportunidad de cometer otra hilarante atrocidad como la humillación a Torres de 2010. Pero amigos, el canario ha aprendido y se limita a cambiársela de pie y, tras dos toquecitos, ve el espacio para devolverla al brasileño. Acaba de colarse en la historia de los asistentes de las finales europeas del Barça, un restringido club donde constan sólo Luis Suárez (1961), Larsson (2, 2006), Iniesta (2, 2009 y 2015), Xavi (2, 2009 y 2011), Busquets (2011).

Robinho

Pero su presencia en esa lista depende aún del mohicano del planeta fútbol. Se lanza hacia delante, controla con la zurda y fusila, de nuevo con su pierna mala, antes de que llegue Coman. La mete de caño, en un simpático guiño a los detractores de su juego virguero y descarado, y el balón revienta la red para sentenciar el partido. La locura se desata en nuestro mundo: el realizador no sabe dónde pinchar. Neymar se lanza al sprint hacia una banda, hace con los brazos un breve saludo a sus amigos los toiss, y el gesto de ‘se acabó, se acabó’. Corre enloquecido, hacia su gente, el pueblo azulgrana; salta a los fotógrafos y por un momento, le vemos andar como Cristo sobre las aguas. Y ahí le dan agua y se desata el caos, son los gritos de orgasmo, se celebra el gol como se celebraría el mayor título del mundo: eso es lo que es.

La tormenta se apagará. El fútbol nos deja a un brasileño raquítico que ha traído el éxtasis. El fútbol nos deja una certeza: un hombre ha encontrado la misión de su vida, y la misión, a su hombre.

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