Las derrotas más tristes tienen siempre algo de revigorizante: uno se da cuenta de que lleva dentro a la versión menos dialogante de Conan el Bárbaro y, sin embargo, se las arregla para no entregarse a los placeres del crimen. Ya decía el maestro Villoro que «el hincha puede pertenecer al género de los ardientes, los melancólicos, los cardiacos o los nostálgicos, pero ante todo y en forma sorprendente es alguien que se resigna».
El fiasco de la segunda parte del Villamarín deja dos lecciones, a cuál más peligrosa: esta plantilla sigue sabiéndose la mejor del mundo y tiene una fragilidad mental sorprendente. Contra lo primero hay difícil remedio: son un poco mejores que los que ganaron Liga y Champions y encadenaron 18 partidos seguidos ganando, con todo lo que ello comporta. Contra lo segundo, sólo queda lamentar las ausencias de algunos jugadores que a pesar de sus naufragios personales, sobre el campo siguen siendo tipos duros.
Pero lo mejor de estos domingos de pánico al telediario suele ser la lista negra que uno elabora mentalmente. Y uno imagina cosas alentadoras, que le levantan el ánimo: pase lo que pase, nunca más Thuram estará en nuestro equipo. Y nunca más tendremos que forzar la memoria para saber qué le veíamos a Zambrotta. Sylvinho también habrá partido con su bonhomía y sus lagunas rumbo al Celta, y tendremos un centrocampista con carácter ganador, capaz de romper una tibia en caso de que sea necesario, y de intimidar a base de insultos a cualquier árbitro. Para la delantera, basta decir que Bojan será indiscutible, y que Messi y Eto’o no volverán a lesionarse.
Por desgracia, este Barça no tiene un problema de nombres: tiene un problema de hambre y de humildad. Hace falta foc nou, un proyecto donde la gente que no forma parte de la historia del club sea mayoría. Hasta entonces, nos quedan los rezos y el recuerdo de los años de plomo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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