Domingo de resurrección. El linchado equipo de Rijkaard ha hecho lo que se esperaba, sin alardes pero sobreviviendo milagrosamente a una defensa con Zambrotta, Thuram y Sylvinho. ¿Dónde estuvo, pues, la noticia del día? En el Bernabéu, donde La Banda sumó -atención- su quinta derrota en los últimos ocho partidos. De los últimos 24 puntos, sólo ha ganado nueve.
En esta caverna, esos números no sorprenden. Si ya hablábamos hace nueve días de cómo Florentino empezó a triturar el imperio prescindiendo de centrocampistas y de la estrategia de Mijatovic y Ramón ‘Leaving Las Vegas’ Calderón para perpetuar lo peor de La Galaxia, hoy toca hablar de lo principal, del abecé, el mandamiento primero del mundo del fútbol: un equipo sólo gana cuando quiere hacerlo. ¿Cómo está el Madrid de ambición? Psé. Su mayor acicate es que sólo les queda la Liga. Pero nada que ver con el pasado año, cuando llevaban tres años en el desierto y de la mano de Capello parecían una horda de locos con los ojos inyectados en sangre y capaces de remontar lo imposible una semana tras otra.
¿Unión en el vestuario para tirar adelante? Escasa. Cito palabras de Casillas a este cavernícola: «Aquí dentro somos unos cuantos que trabajamos con humildad para volver a ganar». «Unos cuantos«, no lo dijo, son cuatro: él mismo, Cannavaro, Raúl y Van Nistelrooy. Casualmente, ni un solo centrocampista. En esa zona manda Guti, titular por decreto -agradecimientos a As y Marca– a quien nadie ha definido mejor que Luis Aragonés: «No piensa en el fútbol». Y si no quieres ganar porque Drenthe y Pepe no vinieron precisamente a sudar sangre por la causa y además no te sobra fútbol, estás condenado a perder, porque un equipo sin hambre acaba conformándose con el Trofeo Bernabéu.
Hasta ahora el Madrid ha tenido suerte con la enfermería azulgrana y la lentitud de Rijkaard en comprender que Ronaldinho no puede jugar sin estar a tope. Y cabe recordar que en toda la segunda vuelta sólo hemos recortado tres puntos al líder. Pero lo de ayer fue un anticipo: un equipo que prepara durante toda la semana un partido contra la chatarrería ché y pierde está llamado a dar tardes de gloria a los culés. Las veremos ahora, en el tramo decisivo. Insisto en mi apuesta: hasta final de temporada ganarán sólo cuatro partidos y acabarán rezando para que se lesione Marcos Senna.
Sí, compañeros: el naufragio está en marcha y nada lo frenará.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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