En menos de 24 horas dos enamorados del balón le dicen adiós. Romário, el retaco que nos enseñó que un gol puede ser una obra de arte, se despide de los campos. Y Joan Sabaté, El Maradona de Les Rambles, rescatado por una pelota de los vicios que le habían robado la vida, no volverá a la calle más populosa del mundo a dudar de la ley de la gravedad con su paciencia de orfebre.
Así las cosas, esta noche de abril en que Valencia y Getafe han jugado con desesperación y orgullo es buena noche para darse a los alcoholes, mirar las estrellas y explorar la intuición: dicen los números que quedan 18 puntos para recortar una diferencia de nueve. Dice la cabeza que La Banda de Bernardo no ganará más de dos partidos hasta el final. Probablemente, sumará sólo ocho puntos más. Dice el corazón, que mucho miente pero nunca lo hace al calor de un gintónic, que el Barça puede perfectamente sumar 18 puntos para llevarse la Liga y llevar al borde del suicidio a los ronceros de este mundo.
Romário tuvo a toda una generación de niños culés rematando con el exterior del pie derecho y luego le rompió el corazón. Joan Sabaté se conformó con entretener a decenas de miles de turistas, y a beber del agua de Canaletes antes de cada espectáculo de malabares . Tal vez el Barça traicione mis pálpitos y no triunfe como Romário; pero debería, por lo menos, igualar a Maradona en dedicación. Porque el fútbol se acaba y antes de que eso ocurra, es preciso apurar este último sorbo.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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