Acaba la jornada siete y esta caverna sigue dándole vueltas a los ocho minutos de fútbol a quemarropa que se vio en El Calderón el sábado y a ciertos misterios insondables que el barcelonismo lleva décadas tratando de comprender. Era el minuto 89. Simao tenía una falta directa y el plano de la televisión repasó la barrera del Madrí. Javi García, Pepe, Drenthe, Van der Vaart, Gago, Higuaín, Sergio Ramos. Un elenco de miserias balompédicas que retrata lo que ha venido siendo el Madrid de Capello, el entrenador que les sigue guiando diga lo que diga Bernardo: mucho orgullo, mucha fe, mucho chutador y mucho defensa poderoso. Y nada más, ni una gota de calidad.
La falta entró, pero el Madrid, ese Leviatán imperecedero, ese azote del barcelonismo por los siglos de los siglos, se llevó el partido en el ’96. ¿Qué demonios tendrá el Bernabéu que convierte en ganadores a segundones como Higuaín? Butragueño, merengue amigo de los valores del claustro y el cuartel, lo explicaba hoy en televisión: «Cuando el partido se pone difícil, al Madrid le guía una fuerza invisible». Se llama fe y probablemente es el arma más temible que hay en este juego.
A eso se enfrenta el Barça este año. Por primera vez en lo que va de año, dejó su portería a cero. Ganó con ese horror llamado Víctor Sánchez profanando la medular azulgrana y rememorando esa angustia hecha futbolista llamada Gabri. Ganó sin Xavi, ni Puyol, ni Messi. Ganó con una sola pincelada de fútbol -fútbol de verdad, de calidad- que pusieron Henry y Eto’o. Duele decirlo cuando hasta las pelotas huecas marca Campeón saben que el Barça tiene diez veces la calidad del Madrid, pero para ganar al equipo de Javi García hará falta muchísimo más fútbol en adelante.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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