Era la celebración del primer gol en el Calderón, la primera alegría de las seis que ha habido esta semana, y Alves agarró a Messi, le abrazó y le gritó en el oído lo que siente el barcelonismo: «¡¡Te amo!!».
En este frío invierno en que batir récords parece cosa de rutina, en que no importa perder en el minuto 80 porque sabes que probablemente la cosa acabará en victoria, Messi está reeditando sensaciones que sólo los más grandes han hecho sentir al Camp Nou. Desde el primer día en que apareció por La Masia se veía que era un crack, pero es ahora cuando ha entrado en la dimensión vetada al resto de los mortales.
En los últimos 20 años, pocos jugadores han alcanzado el nivel actual de Messi, en que combina fantasía y confianza hasta llegar a ser tan decisivo como lo ha sido esta semana, en que ha sumado cuatro goles, una asistencia y ha participado también en el sexto. Podríamos recordar al Stoichkov que convirtió la furia en una virtud, a aquella maravilla llamada Romário que nos hizo creer en la 93-94 que todo es posible con un balón en los pies. A esa explosión de fuerza y talento que era Ronaldo antes de entrar en el lado oscuro y criar barriga, a ese héroe solitario llamado Rivaldo que nos dio tantas tardes de gloria. Podemos recordar a ese diez tocado por los dioses que fue Ronaldinho durante tres temporadas, que en su temporada de máxima exuberancia futbolística acabó la temporada con 25 goles y 20 asistencias, un registro que parecía sencillamente insuperable.
Messi, al que además acompaña un equipo hambriento y solidario, suma ya 20 tantos y 10 pases de gol. Al final de cada partido, uno reza para que no se lesione. El inicio de cada día sin fútbol llega ahora lleno de suspiros, renecs y consultas al calendario para ver cuándo vuelve a jugar este Barça indomable. Y uno concluye que no aguanta un día más sin ver en acción a esta increíble Bestia de 169 centímetros de estatura a la que el fútbol ama.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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