Una pesadilla me ha atrapado esta noche, tras el trance perico, y he amanecido sudando y pensando en el próximo rival del Barça. Durante todo el día he consultado en la prensa deportiva si estaba justificado mi miedo. Con un breve repaso he inventariado las virtudes que se le suponen al Olympique Lyonnaise, multicampeón francés, y he constatado que los expertos señalan como su mayor peligro a su codiciada estrella: Benzema.
Ocurre con el nueve de Francia que a personas que tengo en alta consideración les parece un fenómeno, un nuevo Henry, un crack. Otros, por contra, le consideran un Huntelaar, y me recuerdan sus números de este año: 13 tristes goles en Liga. He pensado en Julio Maldonado, Maldini, en Marquinos López, de Futbolitis. Paraprofesionales con método, bases de datos ambulantes. Sin duda, el primero sabe cuántos goles metió de cabeza en su primer año como alevín. El segundo tendrá informatizados todos sus movimientos para ganar la espalda a los centrales. El negocio de ambos se basa en eso, en descubrir secretos y encontrar atajos hacia la verdad. En explicar a los hinchas si vale la pena ilusionarse con un fichaje o si hay que temer al extremo zurdo de un rival europeo al que nunca se ha visto jugar.
Ni siquiera ellos merecen crédito cuando nos hablen de Benzema o de cualquier otro, por más que estén cargados de razones, datos y horas de visionado. Porque los futbolistas no son más que partes de un equipo que no funcionan solos. Porque hasta los mejores tienen noches aciagas, y porque parte del encanto de la Copa de Europa de siempre es encontrarse a rivales que son temibles por desconocidos. Y porque esto seguirá siendo fútbol, el absurdo y grandioso deporte en que al Barça sólo le han ganado dos colistas como el Numancia y el Espanyol.
¿Demos temer, pues, a Benzema? Mucho: observen su mirada. Es la de un hombre que desayuna niños.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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