Una advertencia: todos tenemos nuestras cosas raras, nuestras parafilias y nuestros vicios. Hay quien mira acarameladamente a las ovejas, hay quien encuentra placer en coleccionar tapas de yogur o en apostarse en las escaleras de una iglesia para ver el penoso descenso de los abuelos feligreses. Sí, hay gente muy rara. Gente que está encantada de que Hleb juegue en el Barça.
Muchos maldicieron a Txiki al saber que el Barça le fichaba: Hleb era un media punta que había metido 30 goles en 303 partidos en ligas menores como la bielorrusa, la alemana o la inglesa. Es decir, un tío sin gol y que además, por lo visto en el Arsenal, no era rápido. Sin embargo, desde la pretemporada Hleb demostró que tenía un gen distinto, un nosequé de artista, un trompicado y fascinante control del balón.
Con medio año en el Barça, ha demostrado que los sensibles aficionados que le han profesado su simpatía incuestionable desde el primer día no se equivocaban: lleva un total de cero goles en 1.268 minutos jugados, es el único entre todos los centrocampistas y delanteros de la plantilla que no se ha estrenado, es líder en retrasos a los entrenamientos y hasta el manager de Touré se ha mofado de él preguntándose «quién jugará» en el Barça el año que viene si no renuevan a nadie. «¿Hleb?», dijo, sonriendo.
Ocurre que Hleb tiene algo único y que ya no es estila en los días del fútbol metalúrgico. Es un jugador diferente. De hecho, viendo driblar a Garrincha (http://www.youtube.com/watch?v=AkO4XdjnQrY), uno cree estar ante el pariente lejano y negro de este ex soviético despistado. Ambos tienen un defecto físico a su favor: una de sus piernas es más corta que la otra. Se aprecia en la zancada irregular de Hleb, en la sorpresa de sus rivales que fracasan en su intento de robarle la pelota.
La otra noche, tras la ingesta de diversos euforizantes, pensé que este bielorruso es el complemento perfecto para una plantilla campeona. Pensé que este hombre acabará lo que Salinas empezó en Wembley: el día menos pensado, anotará un gol que valga un título. Para ello va sobrado de factultades: le falta garbo, su sola presencia desespera a la ilustre afición culé, sus estadísticas son las de un auténtico cenizo y no debe haber vendido una sola camiseta en lo que va de año. Si lo piensan bien, Hleb jugaría sería indiscutible en el equipo de estilistas incomprendidos, con Prosinecki, Hagi, Giovanni y compañía.
Mircea Eliade, el célebre antropólogo, sabía un rato de rarezas. Fue él quien escribió que «el hecho de que los chamanes, hechiceros, curanderos se recluten preferentemente entre los neurópatas o entre personas que dan muestras de un equilibrio nervioso inestable se debe también a ese prestigio de lo insólito y de lo extraordinario». Así es el bueno de Aleksandr: insólito y extraordinario.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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