El Barça de las seis copas: el pepino de Iniesta, la brutal profanación del Bernabéu, la masacre del Athletic en la final de Copa y de nuevo en la Supercopa, el vuelo de Messi en Roma, ese milagro llamado Pedro, la fanática remontada de Abu Dhabi. La historia del fútbol ha escrito uno de sus capítulos más gruesos este año de la mano de Guardiola y una generación de cracks posiblemente irrepetible, tanto que cuesta pasar balance y elegir un solo momento en este año increíble.
Estos doce meses, afortunadamente para el barcelonismo, llegan más allá de las estadísticas, los palmarés y los libros de récords. Alcanzan a la esencia misma del escudo azulgrana, ese pedazo de tela en las camisetas que resumía el derrotismo, las luchas cainitas, la resignación de décadas. Generaciones de culés crecieron envidiando el gen ganador del Madrí, que Camacho explicó sabiamente en cierta ocasión: “Cuando perdíamos, era como si nos hubieran robado algo”.
Este Barça, como continuador del de Cruyff, y el de Robson y Van Gaal, y del de Rijkaard, será un faro para los nuevos talentos de La Masia que suban al primer equipo y para los fichajes exóticos que lleguen en el futuro a Aristides Mallol. La era de los Rexachs, en que era posible ser el emblema de un equipo sin ganar nada en lustros con la puta excusa de los árbitros, ya es pasado. La referencia son Valdés, Xavi, Iniesta, coleccionistas de Champions. El tiempo de los mercenarios como el Cruyff jugador o Schuster también terminó: la excelencia y el arte ya no valen si no vienen acompañadas de títulos, gloria a Eto’o en el recuerdo, que ganó, ganó y ganó.
Pero sobre todo, se acabó aquel conformismo, aquel pensar en las temporadas que están por venir, en los mercados de fichajes redentores. Ahora son los jugadores azulgrana quienes sentirán que les han robado algo cuando no ganan. ¿Qué ha sido del miedo? Entrevista a Casillas hace dos semanas: “Si es para perder contra el Barça, prefiero que nos eliminen antes de la final del Bernabéu”.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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