FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Ocurrió desde el inicio de la segunda parte y se alargó durante 25 minutos. El 17 de mayo de 2006, durante la final de París, este Cavernícola era incapaz de mirar en el televisor un partido sobre el que tenía que escribir páginas y páginas. Una subida de tensión mantuvo al fallido periodista visitando continuamente el lavabo. Ignoraba qué ocurrió durante esa eternidad hasta anoche, cuando encontré valor para seguir esos minutos.
Varias lecciones pueden extraerse: Puyol y Oleguer hicieron el peor partido que ha firmado jamás una pareja de defensas en una final de ese nivel. Seguramente, la peor actuación de sus vidas, que no es poco decir; de haber perdido el Barça, lo más probable es que se les hubiera apedreado hasta la muerte en el aeropuerto del Prat. Más: Valdés e Iniesta mantuvieron al equipo vivo. Su fe aguantó al equipo de Rijkaard, que aquella noche cometió la tropelía de meter en el once a Edmilson y Van Bommel y dejar al 24 en el banco.
Pero el Barça no ganó por sus jugadores. Resistió con 0-1 en contra por su rebeldía y por un espíritu colectivo que estuvo también en Deco, Eto’o, Ronnie, Gio o Larsson. No quisieron perder y por eso no entraron las claras ocasiones de Ljunberg, Heb o Henry, que habrían sido definitivas en los 25 minutos más terroríficos desde el Auswitch de Atenas.
Uno compara hoy a aquel equipo gunner con el actual y constata que juega a lo mismo. Antes el vértigo era Henry en toda su exuberancia, ahora es una gran línea que recuerda a lo que El Maestro escribió de la Roma de Spalletti. Jugador por jugador, no hay duda que en 2006 el Arsenal era un rival temible, mientras que ahora, salvo Cesc y tal vez alguno de sus laterales, es poco más que un compendio de wannabes de segunda fila de los que en España suelen acabar en el Atleti y algún crack en ciernes a la espera de abandonar el barco.
Decíamos, en cualquier caso, que no fueron los jugadores lo que decidió aquella noche a tumba abierta que resolvió un contrabandista*. Fue la capacidad de sobrevivir, la voluntad de un equipo imperfecto y de una afición que desfallecía, iba al lavabo a remojarse y volvía ante la tele. Darwin nos salvó entonces pero esta vez será más difícil: los londinenses tienen de su lado esa arma formidable que es la sed de venganza.
*Lamento no dejarlo como attachment, son las cosas de los chicles Orbyt. Fue publicado en el último El callejón del ocho de 2006 con el título El año Juliano
El guión iba a repetirse a las 22.18 horas del 17 de mayo a la vista de medio mundo. Una veintena de deportistas bregaban bajo la lluvia en un campo de fútbol al norte de Francia. Era el ocaso del choque cuando uno de ellos decidió buscar la gloria.
Recogió un rechace y metió un balón profundo a Larsson. Avanzó unos metros, con ese trote elástico tan suyo. Dudó. Repentinamente, su instinto le ordenó lanzar un desmarque por detrás de Ljunberg. Mientras aceleraba, vio cómo Larsson salía del área para devolverle el cuero con el interior del pie izquierdo. Una sucesión cósmica de frustraciones acababa de desencadenarse.
Tras la piña, acallados los llantos de sus compañeros, Belletti quedó solo ante la historia. Contra toda lógica, pudo levantarse y volver a andar.
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