Camp nou

El bidón de Colón (y II): Que el mundo lo sepa.

25 abril , 2010


Decíamos que cuando el Almirante volvía de América y rozaba la gloria, a pocas días del puerto de Lisboa, una tormenta aún peor que la anterior se desató. Fue tan dura la descarga que rompió las velas de su carabela. Colón tuvo la certeza de que era el fin y se fue a su camarote a salvar algo que le importaba más que su vida: la gloria. Fue a buscar uno de sus bienes más preciados: un bidón de madera.

Y pese al salvaje balanceo del barco, comenzó a escribir en un papel la noticia del descubrimiento, de su hazaña, de su navegación. Resumió los momentos más difíciles de su odisea marina y los hallazgos para la historia que había hecho en las islas centroamericanas. A continuación, envolvió su testamento para la humanidad con cera y ropa y lo introdujo en el bidón, que estaba herméticamente sellado. Y, sintiendo que moriría, lo arrojó por la borda, sabiendo que flotaría, que tal vez alguien lo encontraría algún día.

La crudeza de la Champions ha llevado al Barça ante el abismo de su muerte deportiva. Un equipo afilado y una noche canalla pueden ser el fin de su leyenda. En Liga, el matón de colegio de los puños de acero sigue haciendo estragos. Pero como le ocurrió a Colón, el barcelonismo tiene la última palabra. Será el miércoles, un funeral televisado con la ciudad entera pendiente del mejor equipo que jamás ha vestido de azulgrana. Puede ocurrir desde la desesperación y los decibelios -un camino extraño e incómodo para este equipo- o tal vez desde el balón y el vértigo, pero es seguro que el Camp Nou se llenará para ovacionar una última vez a sus ídolos.
Preparen sus bolígrafos. Busquen un papel y escriban un testamento. «Fuimos los mejores. Enterramos el pesimismo de años. Jugamos como nadie lo había hecho. Ganamos todo y sentimos que no había nada imposible». Etcétera. etcétera. Escriban su pregaria. Griten por este equipo, y arrojen su bidón para que el mundo sepa cómo amamos a este equipo.

PD. Ustedes deben saber que Colón salvó la vida y pudo navegar y escribir aún muchos años. Concluía todas sus cartas con seis palabras: «Hará lo que mandéis, El Almirante».

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