Un buen amigo se sorprendía en la última final de Champions por el entusiasmo con que celebré las ocasiones falladas por el United. Con mi reacción no quería hacer escarnio de los fallos del chino o del de las depiladas cejas. Nada más lejos: era verdadero jolgorio, que sale de una constatación: más se gana con los fallos ajenos que con los aciertos propios.
Esta proposición cuasifilosófica es compartida por Cruyff, que cuando no anda jugando a los vicepresidentes deportivos es el que más sabe. «El fútbol es un juego de errores», ha dicho en multitud de ocasiones. Siempre recurre a la comparación con el baloncesto: viendo los marcadores en uno y otro deporte basta para entender sus palabras.
Sólo de pensar que Europa puede quedarse sin este equipo único, que el tren de la final del Bernabéu puede escaparse, uno olvida el fútbol de alta escuela y las triangulaciones y se sorprende con un nudo en el estómago y una palabra en la boca: «Enchufar». En Highbury, 17 chuts a favor y seis en contra. Algún chiflado del Arsenal debió pasarse el partido celebrando fallos ajenos y recordando que la suerte no existe: todo se reduce a fe y precisión.
De eso se trata el martes. Al animalico de la foto, por cierto, se lo susurraron al nacer.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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