Los reyes del catenaccio son mucho más que eso. Aman este deporte, lo conocen y lo respetan. Defienden su portería como hacen las leonas recién paridas con su descendencia. Se despliegan al contragolpe siguiendo la máxima de Sun-tsu: «Los expertos en el arte defensivo procuran enterrarse bajo nueve capas de tierra (…) El ejército ganado sólo entablará batalla después de haberse asegurado la victoria». El Inter, un rival mítico que tocó el cielo europeo de la mano de dos ex barcelonistas como Helenio Herrera y Luis Suárez, planteará mañana una partida de ajedrez ninja sólo apta para equipos grandes.
No duden ustedes de que Mourinho es un perfecto conocedor de esa rareza cultural que se da el norte de Italia, a saber, que casi cada localidad que se precie tiene un museo dedicado a la tortura. Un hecho no tan asombroso teniendo en cuenta la fecunda tradición bélica de los hermanos transalpinos. Allí pueden encontrarse serruchos con los que se partía a las víctimas por la mitad, grito a grito, alicates ingentes con los que romper huesos a placer, maquinaria pesada específicamente creada para empalar a los infortunados, sarcófagos donde se metía a las víctimas para quemarlas vivas o atravesarlas bien despacito con distintos filos, extrañas pinzas con las que arrancar la piel de un hombre vivo, sacos llenos de ratas furiosas que se metían en la cabeza del reo, pinzas para arrancar ojos y todo tipo de armas blancas para desollar a presos sin que se desangraran demasiado rápido.
No se engañen: la tortura ha existido en todas las culturas, la diferencia estriba en que sólo a los italianos del norte se les ocurre hacer semejante ostentación de su crueldad con sus museos actuales. Pienso en todo ello cuando me acuerdo de Cambiasso, Motta, Maicon, Stankovic, Snejder, Milito o Eto’o. De toda la alineación del Inter, seguramente nadie sería titular en el Barça. Pero conforman un magnífico equipo ideado para la claustrofobia, el dolor y la destrucción.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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