Pisó el césped y se puso a hacer reverencias. Se le veía emocionado, con ese rictus extraño que se le ponía cuando contenía las lágrimas, con muchas menos sonrisas de las habituales. A los que hemos sobrevivido a otro verano infernal -cierto, hubo Mundial, pero España lo estropeó- la presencia de Ronaldinho en el Camp Nou nos pareció una revelación: el fútbol ha vuelto.
Y eso que el Gamper fue tirando a flojo. Ya saben que fue Maradona el que dijo algo así como que un partido amistoso es como bailar con la propia hermana (siempre y cuando no sea uno Lina Morgan). Lo mejor de la noche, Thiago y Jonathan -si Xavi, Iniesta y Busquets no fueran lo que son, tendrían razones para preocuparse-, pero fútbol, poco.
Sí hubo detalles para el recuerdo: la danza de la Bella y la Bestia. La carrera a cámara súper lenta entre Pippo Inzaghi y Puyol (¿cómo era el chiste de Rossy de Palma y Prosinecki en un Twingo?), el chicharro del veteranísimo italiano, las buenas artes del golfo de Pinto en los penaltis.
Y luego hubo un tío, un hombre de 30 años, que nos dijo que nos quiere. Él, que resucitó al Barça y que tendrá que vivir una larguísima vida profesional y personal lastrado por el recuerdo de que hubo un tiempo, casi cuatro años, en que fue Dios.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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