Dejen que les cuente que la grada del Parken Stadion se tomó el partido como el acontecimiento del año. Los daneses no son cosa menor: no llegan a los cinco millones y medio de personas y siguen sacando la cabeza en los mundiales y eurocopas. Es el suyo un país donde se entrena a temperaturas terribles, en que la fuerza física llega aparentemente con el parto, en que hay documentados casos de bebés que se alimentan a mordiscos de la nieve pisoteada.
He tenido la suerte de jugar a fútbol con un danés. Olviden a Laudrup y otras excentricidades. Un danés es alguien permanentemente dispuesto a tirarse por los suelos para barrer lo que haga falta, alguien que se disloca la rodilla y entre escasas muecas de dolor -¡clac!- se la recoloca en su sitio. Alguien que ha crecido viendo despuntar en el equipo de su pueblo al gran Gravesen, gente que el día del gran partido consigue una decena de entradas para sus amigotes pero que al final acaba perdiéndoselo por motivos de trabajo sin una triste queja.
Por todo eso, el empate del Barça sabe a victoria. ¿Es que no vieron cómo iban los daneses? Fue un gran resultado de un equipo forjado a imagen y semejanza de su entrenador: pretende ser elegante pero es tan orgulloso y pendenciero como el que más. Gente tan dura que, en algún instante, casi pareció danesa.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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