Ese pobre infeliz llamado Javi Varas, ese Romaric patidifuso e incluso su presidente imputado en la Malaya padecieron el sábado un tormento atroz. Una auténtica barbaridad siendo estos los tiempos del buenismo, en que hasta las actividades más crueles inventadas por el hombre están reguladas. Así lo prueban las sucesivas convenciones de Ginebra, que limitan la barbarie en la guerra, o manuales de tortura como el que editó la CIA sobre el waterboarding, en el que un oscuro funcionario explicita que más de 20 minutos en cada uso ya es vicio.
Más recientemente, en nuestra digna y ecologista Catalunya hemos asistido al debate sobre los correbous: tan asumido está que la cosa importuna al animalico que se procedió a poner límite a su sufrimiento: 60 minutos para el bou capllaçat, 15 para el bou al carrer y otros 15 para el embolat. El mensaje es claro: divirtámosnos y seamos crueles, pero con moderación, que Jahvé es amigo de castigar los excesos orgiásticos.
A la vista de todo lo anterior y después de la sanción de la UEFA a Pinto, bien harían Messi y compañía de prepararse para lo inevitable: los partidos del Barça, ese prolongado placer que el Marqués de Sade habría querido para sí, serán regulados. Lo más probable es que les prohíban las circulaciones de balón al primer toque, la presión en campo contrario o la coincidencia en el mismo once de Villa, Messi, Iniesta, Xavi, Busquets, Alves y Pedro.
O quién sabe si se conformarán con que los partidos del Barça terminen a los 20 minutos, el tiempo de un buen waterboarding.
Firmo Albert Martín y nací en Barcelona en 1980. A los cuatro años hablaba de fútbol y estoy atado a las miserias de este equipo desde 1987; los insultos de mi padre y mi tío a once tíos de azulgrana que perdieron 1-2 ante el Sabadell me hicieron 'culer'. Recuerdo confusamente que un día llegó Cruyff y convirtió el suplicio en arte y aquel club oxidado en hoguera de vanidades. En plena pesadilla gaspartiana vi desde Lisboa un Madrid-Barça que La Banda ganó 2-0 con gol de Judas. Luego murió Kubala y comprendí que había llegado la hora de hacerme socio. Para entonces ya sólo podía ser periodista y me acogieron en 'El Mundo', donde publiqué 'El callejón del ocho'. Después me fui a 'Público'. Durante décadas, el Barça implicó lágrimas, culo prieto y miedo a cruzarse con un kiosco. Pero nos quedaba una profecía por cumplir y se sucedieron Ronaldinho, Xavi y Messi para aclarar que éramos 'foda'. Un día de invierno me encontré con que mi Caverna había sobrevivido a mi diario y perdí ciertas vergüenzas: no me importa ya reconocer que sueño fútbol casi todas las noches.
Postdata: Aún tiro caños y no olvido una cosa que escribió Hornby: "La única diferencia que hay entre ellos y yo estriba en que yo he invertido más horas, más años, más décadas que ellos, y por eso comprendo mejor qué sucedió aquella tarde".
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