FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
El proceso de creación artística tiene un momento de misterio fascinante. Es aquél en que el autor da con la idea feliz, con el trazo adecuado, el acorde justo. ¿Qué se le cruza por la cabeza al genio cuando da con la tecla? ¿Qué oscuro mecanismo se activa para que pueda intuir la belleza, captarla e inmortalizarla?
A pesar de que los grandes creadores se han hecho a base de mucho trabajo, muchas horas y, a veces, de mucho dolor, existe un cierto consenso en que esas ideas felices son instantáneas. Una luz se enciende y ahí está el arte. Para referirse a este afortunado instante de inspiración los clásicos se referían a la visita de las musas.
A los que nos habría encantado saber cómo lucían las musas de Tolstoi, de Lennon o de Tolkien en el momento de alumbrar obras eternas el fútbol nos hizo ayer un regalo. Una cámara impúdica nos regaló un plano de tres inolvidables segundos en que vimos mejor que nunca cómo Messi crea arte. Vimos esos ojos de tiburón despertar, vimos ese olfateo del poste vacío, ese cálculo de la parábola. Y sólo una décima después, el arte.
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