FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Se ha cumplido un año del triste empate de La Banda contra un Racing que ya olía a descenso. Muchos aseguraron entonces que los futbolistas le habían hecho descaradamente la cama a Mourinho. Era la jornada cuatro y los Altintops ya habían perdido cinco puntos. Ese día el núcleo hispano del vestuario habló con el entrenador y le planteó una tregua. Pedían más minutos para esos superdotados del balón que son Arbeloa, Granero o Albiol. «Vamos a llevarnos bien», pensaron unos y otros. Desde entonces, la locura. Un vestuario conjurado, hambriento, rabioso y convencido es el arma más devastadora que existe en el fútbol. Y esa mezcla de adrenalina y vértigo arrasó en la Liga con una racha de 93 puntos ganados sobre de 102. Pero desde el mismo momento de la rúa, volvió la realidad.
La realidad es que muchos dentro de ese Frankenstein no se soportan. Que el objetivo común sirvió para tapar miserias y desencuentros. Que se siguen sabiendo inferiores al Barça y que no comulgan con los métodos navajeros de Mourinho. Así como uno entiende que Pepe tiene sueños húmedos en que él, armado con una sierra eléctrica, entra en una guardería de Rosario (Argentina), un buen número de ellos son gente normal, algo pegona, algo tuercebotas, pero normal. Y ocurre que a Casillas le vimos sonreír en los dos partidos de la Supercopa. Esa sonrisa delataba que la locura ha pasado, que han perdido esa angustia vital de tener que ganar a un rival monumental. Y esta Banda, si sonríe, pierde.
El pacto con el diablo se ha amortizado con una Copa del Rey (seguramente la final más violenta que se ha jugado en España en varias décadas), una Liga y una Supercopa. Tres títulos para el equipo más caro del mundo, que ve cómo hasta el Atleti le moja la oreja en Europa. Este año difícilmente habrá otros pactos. Lo que les une es esa Décima. Causalmente, la última vez que La Banda comenzó con 8 puntos perdidos tras cuatro jornadas fue en el año 2001, una temporada que terminó con Zidane gritando «¡toma, toma!» al cielo de Glasgow. Y en esta competición el equipo de los esprínters de extrarradio sembrará el pánico. Pero el resto del año, en el resto de competiciones, aquello será Troya, como lo fue antes en el Chelsea o el Inter, calcinados tras el paso del Quincazo Segundo. Sus vestuarios pagaron el precio de pactar con el diablo, de sobremotivarse por encima de sus posibilidades, de desafiar a rivales superiores. Señores, prepárense a disfrutar. Y recen, recen mucho, para que a cambio no tengamos que comernos La Décima.
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