FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Toni es el bonachón padre de dos criaturas. Pasa de los 40, es velludito y se ríe a menudo de la gente que está por debajo de los 100 kilos. El hombre es periodista, vio los inicios de un diario deportivo que pretendía ser L’Équipe y acabó siendo el cobijo de Relaño; ha estado por lo menos en otros dos naufragios mediáticos.
Toni es también un gran jugador de fútbol a pesar del clamoroso lastre le que supone ser tan buena persona. A menudo se le escapa la risa en pleno partido. Durante las charlas tácticas se mira a los pies para que nadie vea cómo se descojona. Su lozanía queda enterrada, pero con el balón en los pies sigue teniendo alma de Fred Astaire. Difícilmente verán a alguien driblar tan bien con esa carga de kilos. Es de esos jugadores que son incapaces de dar un palo; sobre la pista sólo deja fintas, amagos, toquecitos suaves. El hombre es perico y cuesta saber en quién piensa este cuarentón. Pongamos que es Lauridsen, aunque, confieso, a mí jamás me pareció gran cosa.
Y Antòniu sí es gran cosa. Cuando consigue no lesionarse durante el calentamiento -le martirizan los isquiotibiales, la zona lumbar y prácticamente todas las articulaciones del cuerpo- aparece un jugador temible. Además de su fútbol portuense y de su sabiduría para entender el juego, le ha legado a este deporte una suerte inmortal y de factura propia. Se conoce como polinha. El hombretón coge el balón -en sus manos parece una bola de petanca- y desde el córner lo lanza con una potencia brutal en paralelo a la línea de gol. Los porteros normalmente se adelantan un par de palmos, suficiente espacio para que el proyectil les supere por detrás y para que algún desgraciado remate en el segundo palo.
Muchos han visto el drama que supone recibir una polinha, no es cosa agradable. Hay gente que, incapaz de acomodar el cuerpo ante semejante pedrada, remata con la cara. Una vez se vio a uno que anotó con la nariz. Otro lo hizo con las gónadas -por si se lo preguntan, olvídense de Raí; marcar de escroto no tiene nada de poético-. No sé si alguno de ustedes tiene una jugada con su nombre, debe ser algo hermoso.
Dentro de 40 años sería importante recordar que en el Día del Padre del año 2013, Antòniu ganó una final con un gol de surfero a cámara lenta y lanzando una polinha milagrosa. Tendrían que ver esta última celebración: correteando por el campo con los dos brazos arriba, con esa risa de niño que el condenado esconde durante las charlas técnicas.
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