FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Sucede con algunas de las mejores cosas de la vida. Con el tiempo uno olvida los días de euforia y placeres y acaba por añorar esa rutina, la placidez cotidiana, la calma del día a día. Es importante recordarlo justo ahora, cuando acaba la tortura del parón futbolero y se agota la arena del reloj que nos separa de un instante soñado: la aparición de Messi y Neymar sobre el campo con una misma camiseta.
Esta bestia bicéfala, ya deben saberlo a estas alturas, ha venido al mundo a hacernos felices, a instalarse en nuestra memoria y, con toda probabilidad, a cubrirnos de títulos. Resulta imposible determinar la cantidad de alaridos y arte que potencialmente mecen esa zurda y esa diestra, pero a falta de recuerdos futuros, bien podemos echar la vista atrás y recordar que este juguete asesino no es el primero que disfrutamos.
Efectivamente, aunque algunos insistan en que las figuras nos desestabilizarán como si fuésemos el Eibar, conviene recordar que si algo nos ha distinguido en los últimos 30 años es nuestra capacidad de juntar a los mayores talentos del mundo. Schuster y Maradona, se cuentan locuras, a muchos aún se les ilumina la mirada, su asombro sigue fresco. Stoichkov y Romário, los dos mayores talentos de la época, esos goles, esa orgía permanente. Nos hacían sentir el pueblo más afortunado del mundo, pero por alguna razón, lo que a muchos nos quedó en la memoria fueron esos abrazos suyos.
Y no hace tanto nuestro ataque lo conformaban el mejor Ronaldinho, Eto’o y el primer Messi. Qué recuerdos. Aquello fue efímero, aunque grandioso. Más allá de sus exhibiciones, del doblete, de los goles y las barbaridades que protagonizaron, algunos aún recuerdan que a cada córner en contra, Frank les situaba sobre la medular; el camerunés en el centro, La Bestia Parda a la derecha, Ronnie a la izquierda. Era terrorismo balompédico y la cosa surtía efecto: los defensas rivales no subían al remate y cuatro o cinco de ellos se quedaban a defender, lanzándose miradas de congoja. Eran la viva imagen del pánico, sabían que se enfrentaban a una histórica fusión de talento.
La primera imagen de La Bestia Parda con La Cresta Parda se tomó el lunes y nos los mostraba como a dos obedientes escolares. Pero no se lleven a engaño: cuando ruede el balón, el mundo del fútbol se detendrá para verles y dentro de 50 años, aún se recordará que llegaron a jugar juntos. Y nosotros, que no somos el Eibar y sí la mayor catedral mundial del fútbol, podremos recordar las escenas domésticas que nos dejaron y tararear, otra vez, aquel verso:
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