FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«L’obra de Pep supera amb escreix l’espectacular xifra de 14 títols aconseguits sobre 19 de disputats en quatre temporades. Amb Pep Guardiola a la banqueta, el Barça ha consolidat un model de joc que ha revolucionat el futbol contemporani. Al llarg d’aquests anys, el Barça ha blindat un relat esportiu que integra conceptes com el joc de possessió, la creativitat, la combinació constant o la velocitat a través de la pilota«.
Editorial Barça (revista oficial del club), junio de 2012.
No hace tanto el discurso del club situaba el juego por encima de los títulos. Era otra época, se guardaban las apariencias: la directiva reprimía su pulsión nuñista y sus ganas de decir » el–Bar-sa-lo-na«, con esas cinco sílabas. Pero 16 meses son una eternidad y hoy nos parece normal que el principal vocero de la junta escinda resultados y juego. Ya lo vieron: apareció Piqué, con bigote y tricornio, y proclamó que aquí se ha ganado mucho y que todo el mundo al suelo.
Es complicado explicarle nada a un postadolescente millonario que está más cerca de Paris Hilton que del soci de barra de bar. En disculpa de Piqué diremos que no hay peor escuela que la del triunfo total y prematuro. Pero en su lenguaje, el de la victoria, sí podríamos recordarle que en nuestro pasado no todo es gloria y que por eso aprendimos de las contadas ocasiones en que alcanzamos la cima. Ocurrió sólo en 1992, 2006, 2009 y 2011, y se nos grabó a fuego en la memoria que sólo alcanzamos la cúspide cuando jugamos mejor que nadie. En otras latitudes más primitivas esta afirmación podría sorprender, pero en nuestra casa, con nuestra historia, ésa es una obviedad que da pereza discutir.
Ocurre que cuando uno niega una verdad irrefutable abre la puerta a todo tipo de posibilidades asombrosas: Piqué pide silencio porque hemos ganado más que La Banda; se hace evidente que para él nada de lo ocurrido a. P. (antes de Piqué) tiene ningún interés -y verán cuando Núñez caiga en eso, disgustazo-. Además, la cuestión revela cierta estrechez de alma: mi vecino vive en un piso de 35 metros cuadrados, yo en uno de 40, felicidad, jolgorio y que corra el whisky DYC.
La cosa tiene otras resonancias. Arrinconar el juego y devaluar el cómo nos lleva a pensar que para Rosell, Piqué y su gente valen lo mismo la explosión de fútbol de la final de Champions de 2011 que el horripilante triunfo del Chelsea de Bosingwa un año después. Les daba igual ganar con el trepidante espectáculo coral del equipo de Guardiola que a base de hostias y contraataques. Es triste. Hagan una pequeña prueba y sean honestos: quítenle al Barça el gusto por el balón, las combinaciones, los extremos y el primer toque y verán como les es totalmente indiferente acudir al Camp Nou que al Municipal de Ipurúa o al Mercedes-Benz Arena.
El asunto tiene otros matices inquietantes: el abecé del fútbol es que siempre se pierde mucho más de lo que se gana. ¿Dónde estarán los barcelonistas de la cultura del ganar como sea cuando no lleguen los títulos? Porque aquí hemos aprendido a lo largo de lustros siniestros que las derrotas duran más que las victorias y que a la intemperie sólo nos abriga la conciencia de ser distintos, de mimar el balón, la estética, algún sentido del espectáculo.
Y disculpen que me ponga trascendente, pero en la negación de este modelo habita algo oscuro, un canto a la mediocridad, la incivilización y el regreso a la cueva. Y algo peor: cierta negación de toda belleza y toda poesía en nuestro mundo.
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