Actitud

La abuela, que se nos va

8 marzo , 2014

Todos habrán vivido la muerte de alguno de sus mayores. Recordarán ese naufragio a cámara lenta, esas miradas llenas de significado a las que nadie pone palabras, esas siestas cada vez más profundas y silenciosas. Y conocen, pues, el olor dulzón de lo inevitable, ese mismo olor que embargó Pucela durante la visita del Barça. 

Es obvio que el ciclo vital de los grandes equipos no es muy distinto al de las personas. Hay una primera etapa de rápido crecimiento. Hay una madurez en la que se trabaja mucho y se cosechan éxitos; luego llega la jubilación dorada, en que la inercia nos sostiene; y, finalmente, asoma la decadencia del cuerpo o del alma, con sus ausencias y su orinal, su soledad y brusquedades.  

Sabemos de qué va esto y por eso resulta conmovedor ver cómo los voceros del club niegan la luctuosa realidad que vivimos. Se arman de coraje y explican que en Valladolid faltaron «ideas y movilidad», que no hubo» fortuna», que «el campo» no ayudó. Dios santo. Ideas, movilidad, fortuna, campo. Frases vacías y conceptos absurdos, cuando ya todos entendemos que la abuela, en sus últimos días de postración en cama, no está para subir a rematar córners. Les entendemos, eso sí. Cuando el final está cerca, en las familias hacemos como el Tata y Zubi: decimos que el yayo «ha dado un bajón», o que «se le ve más tranquilo», que «está un poquito mejor», que «la pastilla nueva le ha ido bien». En efecto, el tabú de la muerte inminente reina en el Camp Nou. 

Si algo bueno sacamos del ejercicio de ceguera voluntaria de los dos últimos años es que a este equipo actual no se le apetece verse en una caja de pino: eso muestra algo de vitalidad, un cierto latido. Miren al bueno de Puyol: esta semana ha confesado que ya no está para nada y que en junio se larga. Muchos han visto ahí un hito de la honradez. Lo cierto es que en diciembre de 2012, ya en decadencia, aseguraba que quería jugar hasta los 40, barbaridad que redondeaba pronunciando la primera y universal mentira de los futbolistas: «No me arrastraré». Los hechos son que en las dos últimas temporadas ha jugado 18 partidos de Liga, a un nivel dudoso, y que tampoco como capitán, en su tarea de prevenir y cambiar actitudes, ha tenido éxito. Pero entendemos a Puyol: desde luego, los enterradores no molan, los médicos no tienen ni puta idea y yo, yo estoy como una rosa.

Amigos, así estamos. Cabría recordar que en los últimos días de un ser querido no todo tiene que ser decrepitud, mentira y vergüenza. También puede haber ahí dignidad, ternura, momentos inolvidables. El reto es asumir la realidad sin engaños colectivos. Tal vez así la abuela nos dé una última alegría: puede que de repente nos guiñe el ojo, o que el día más tonto se sirva un whiskito; puede incluso que salga, en camisón, a dar un último paseo por la Rambla. 

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