FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
«El genio trae lo nuevo, o sea el desorden. Es el intruso de la historia… Acorralado y difunto, se le devora».
Rafael Barrett
Un gol se hace en un segundo; 253 se podrían concentrar en cuatro minutos y 13 segundos. Cuatro minutos, a penas un suspiro, un chiste para los gurús de la cosa tántrica, el 0,2% del tiempo de un triste día. Esa repetición acelerada de los 253 tantos de Messi en Liga, esos 253 remates, vistos uno tras otro, dejan un eco de gloria, pero también de nostalgia.
Efectivamente, en este momento feliz para el barcelonismo conviene detenerse en la tragedia del gol que no volverá, del goleador que se va saciando poco a poco, en la soledad que sigue a los abrazos. Dijo un día Lluís Llach que después de cantar ante 80.000 espectadores, llegaba a casa y se tenía que calentar la leche. Todo eso está en la figura de Messi. Nunca fue un genio de las relaciones públicas y además lleva años en el punto de mira del neonuñismo. El Barça, Su Barça, ya no es el que fue. Y el 10 es cuestionado en tanto que líder absoluto del equipo. De vez en cuando alza la voz, pero generalmente calla y se dedica a lo suyo: el Fútbol.
El Fútbol en mayúsculas, no el gol. De su fantástica producción balompédica convendría recordar que no es delantero centro y no jugó en los años 40, ni en los 50. Conviene recordar también que con sus gestas ha devuelto su fulgor y su gloria a Zarra, como ya hizo con César, Di Stéfano, Müller, Cruyff o tantos otros plusmarquistas vencidos. Es, con los números en la mano, el mayor goleador de la historia de la Liga, lo que le convierte en el hombre que más felicidad ha repartido en 83 años de rancia historia española. Y con ese talento, ese comportamiento, esa grandeza.
Sin embargo, los desvergonzados siguen ahí, cuestionando su supremacía. Están los nuestros, esa Sociedad Civil, y están los de la Meseta. La última de esta gente, ya lo saben, es regalarle en unas semanas otro Balón de Oro a Cristiano, ese jugador fabuloso que nació cuando no debía. Si el pasado año lo que convenía para ganar dicho trofeo era lograr el Teresa Herrera (nada de Liga, Copa y Champions, como equivocadamente pensó Ribéry), este año ya sí se trataba de ganar la Champions con una cifra insólita de goles (aunque en los grandes días no marcara ni uno decisivo: el 3-0 en cuartos, el 0-3 y el 0-4 en semis, el 4-1 en la final). Cristiano también ganó la Copa, en una final de Di María y Bale. Y en el Mundial, el astro portugués no estuvo, con lo que dicha competición dejó de ser importante. La propaganda también ha hecho su trabajo en este arranque de Liga. Cristiano es Supermán, lleva 20 goles, unos registros bestiales y Messi está mal, sólo acumula 14 goles y 10 asistencias en todas las competiciones.
Pero en fin: discutir sobre Cristiano es rebajar a La Bestia Parda, que ronda el trono de los cuatro grandes y rehúye las miserias mundanas, que juega mientras le linchan. Mecidos por su fútbol hemos aprendido a reconocer la grandeza, hemos entendido que no importa que Messi sea el genio a quien el mundo devora; hemos entendido que cuando callen los rencorosos y los ingratos, seguirá siendo el futbolista de los cuatro minutos que nos alargaron la vida.
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