FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
La vida en la ciudad nos ha enseñado; en ocasiones nos obliga a ello. El asunto requiere disciplina, autoexigencia y práctica. Ese culo de perro, que se contrae y se dilata para que el animalico haga sus deposiciones, mejor no mirarlo, la estampa no suma nada al debate. Esa señora que recoge el mojón con una finísima bolsa de plástico a través del cual, sin duda, aprecia las características térmicas y la consistencia de la obra, eso tampoco conviene escrutarlo. Ese accidentado en mitad de la calle, con todo el drama de los chalecos fluorescentes, el inevitable charco de sangre, el llanto de alguien… Los espíritus sensibles saben que un paseo por la ciudad puede ser una experiencia traumática, y por esa razón saben bien cuándo dirigir la mirada a otro lado.
Quienes se han enfrentado a estos dramas durante años tienen ahora mucho ganado con este Barça. En Can Barça el horror ya es mayoritario: el jeque metido en el museo del club, que lleva el nombre de un delincuente, con el permiso de un presidente no votado. Apuñalamientos en las inmediaciones del estadio sin que los que volvieron a meter a los violentos en el Camp Nou se inmuten por ello. Una crónica judicial intensa y vergonzante, con la prohibición de fichar brillando como lógica consecuencia del el burdo engaño cometido con los niños de La Masia, por no hablar de las evidentes trolas en el fichaje de Neymar. Luego está el ocioso Zubi, abanderado de la doctrina Abidal no pero Vermaelen sí, corresponsable también del adiós por la puerta de atrás del mejor portero de la historia del Barça. Y por qué olvidar las maneras en el adiós de gente como Chema Corbella, y a todo ese club obcecado en renegar del cruyffismo y alabar los sórdidos años 80.
¿Dónde mirar, así las cosas? A un sólo sitio, al verde, al campo, durante fugaces instantes semanales. Mirar al 10, a Messi, a quien no acertaron a vender, fuente de felicidad cotidiana, agarrado al trono del fútbol de hoy y de siempre. A Neymar, que es grito y es cristal, atravesando defensas como un cuchillo, o a la vitalidad rampante de Suárez, con esas celebraciones de goles propios y ajenos que nos quitan 15 años cada vez y hacen que nos preguntemos cómo es posible que el hombre tenga dos hijos sólamente. Y de vez en cuando, a Xavi, Iniesta y Busquets, que siguen remando en busca de su mejor versión, y a un vestuario que ha recuperado el hambre y el espíritu competitivo, a un grupo que a pesar de toda su gloria pasada, vuelve a dejar los petos impracticables para la nariz humana. Ahí, en el verde, donde sometimos al jeque, acaba todo relajo para nuestra mirada. A eso hay que aferrarse y con eso hay que conformarse.
La pelotita, la diminuta y caprichosa pelotita, tapa hoy el horror campante. Así pues, sean obedientes y miren donde toca y recen para que entre. Y dejen mejor para sus momentos de melancolía el recuerdo de ese tiempo reciente en que los goles entraban como consecuencia irremediable a un discurso, un modelo, una idea y un mundo en que todos estaban a la altura de un lugar llamado Barça.
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