4-3-3

Con Luis Enrique

16 diciembre , 2014

Así tenemos que vernos: defendiendo a Luis Enrique. Perdí la simpatía hacia él en tiempos de Serra Ferrer en el banquillo, cuando junto a Guardiola, Sergi y Abelardo hacía las alineaciones. En esa era se le agudizó la cara de sincera repulsa hacia los periodistas y tiempo después escribí este artículo, en que le afeaba haberle inculcado a Puyol esa mediofobia suya. Y disculpen el racismo, pero no ayudó saber que contaba entre sus amigos a Míchel o Cañizares. En efecto, en este agujero siempre nos costó simpatizar con este señor vigoréxico que es evidentemente más feliz en las soledades del desierto que en sociedad.

Como comprenderán, desde el día que le nombraron entrenador del Barça supe que no nos llevaríamos bien. Y todo eso ya queda descontado.

Pero a Luis Enrique hay que medirle por una cuestión principal: ¿está el equipo mejor que hace un año o no? ¿Está mejor que hace dos? Del equipo de Tito a éste, ¿qué ha cambiado? ¿Y de la extraordinaria placidez del tatismo, qué ha quedado? ¿Ha cumplido con uno de los objetivos claves, que era regenerar a un vestuario glorificado para que pueda volver a competir? ¿Estamos camino de recuperar aquella grandeza?

Vayamos primero a lo futbolístico. Es cierto, y no lo negaremos aquí, que jamás nos ha gustado un Barça que no juega bien, por mucho que haya ganado. Además ocurre que cuando el Barça no lo ha bordado, no ha llegado a la cima; así ha sido siempre y así debería ser. Todo eso es innegociable, como lo es el jugar al ataque, con jugadores que quieren el balón, encerrando al rival. Está claro, en este sentido, que no estamos al nivel del equipo de Guardiola, también lo es que el equipo se vuelca en campo contrario y que asume los riesgos que la historia del club exige. Por eso me gustaría recordar aquí al Barça de Rijkaard, en su mejor año, el de la segunda Champions: hizo el mejor fútbol del continente, pero en los grandes eliminatorias europeas fue un equipo partido, con cinco jugadores defensivos que no pasaban del centro del campo y otros tantos ofensivos y que no tuvo manías. Eso lo han visto ustedes y no hubo grandes debates: el equipo jugaba bien, tenía artistas, atacaba y quería el balón; también era prudente y desde luego no llegó a la excelencia del guardiolismo.

Y luego están los intangibles: construir un equipo campeón requiere suerte, unión, hambre, fe, talento, competitividad, ambición, trabajo, etcétera. Todo ello se perdió  por el camino a costa de ganar y ganar y volver a ganar hasta unos extremos que ni Luis Aragonés suelto en Betfair habría soñado nunca. Sin estos intangibles no hay ninguna posibilidad, ninguna en absoluto, de ganar una triste Liga a poco que los rivales tengan cara y ojos. Eso es el fundamento, lo que se supone siempre en un gran equipo, y eso se había perdido. 

Aquí creemos que son éxitos de Luis Enrique que Piqué esté ahora flaco, que las alineaciones sean indescifrables y fruto de la meritocracia, que los jugadores corran más que las ancianas moribundas, que Xavi vuelva a gobernar. Nos gusta ver a Bravo, Mathieu, Rakitic y Luis Suárez sudando como pollos en el equipo, son gente seria y muy hambrienta; y nos gusta ver a Neymar despegar y a Messi recuperar sus mejores noches. Pero ante todo, no olvidamos que este equipo está en construcción: al Tata le fue muy cómodo no tocar nada y arrancar como un tiro, perdiendo sólo cinco puntos hasta la jornada 15, cuando ahora hemos perdido 10. Pero el Tata no cambió nada, no trabajó nada y aquello fue una burbuja que explotó en primavera. Vamos, comparen: a estas alturas Rijkaard había perdido en su primer año 25 puntos. Cruyff, en iguales condiciones, 12. Guardiola, siete. ¿Puede ganar este Barça la Champions? A este nivel, no, pero hay margen de mejora y ahí dentro están corriendo y trabajando y saben que un ejército de periodistas y opinadores los crujirá a cada nuevo traspiés.

En fin. Parece que hayamos descubierto ahora que el tío es un borde. Con perdón, amigos lectores, pero no jodamos: para eso bastaba mirarle a la mandíbula y saber que le pega al ultramán. Para el resto, lo hablamos en primavera.

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