Champions

El Día de La Bestia (II): Medio siglo de cicatriz

5 junio , 2015

Al otro lado del teléfono, la voz sonó amarga, hueca y no muy resignada.

-De las tres que jugué, ésa es la que teníamos que haber ganado.

Lo decía, un gallego triste, Luis Suárez, leyenda del fútbol mundial, quinto jugador de la historia en recibir el Balón de Oro. Apodado El Arquitecto, fue en su día del Barça. Mejor dicho, fue el Barça. Un pelotero superclase, que discutió el trono de Kubala y que fue el primero en escindir a la masa social entre sus partidarios y los fieles al genio que parió el Camp Nou.

El fútbol trató bien a Suárez: antes de cumplir los 20 años, y sólo dos años después de su debut, ya lucía de azulgrana. Su fichaje por el Inter fue un acontecimiento en la época y de nerazzurro conquistó dos Copas de Europa. Puede decirse sin temor que hubo un día en que, de no ser por Pelé, ese sol que lucía al otro lado del océano, fue el mejor del mundo. Para mayor gloria, le ganó una final europea a La Banda, que ya era Banda, como hay Dios, y otra al Benfica.

Pero la cicatriz siguió ahí. Ni su regalada vida de exfutbolista, de leyenda del fútbol, le quitó el dolor. Al otro lado del teléfono, en el año 2006, no trata de ocultarlo. Luis Suárez estuvo ahí para asistir a Kocsis. Estuvo para maldecir el doble palo de Kubala, para oír las disculpas de los portugueses al final del partido, avergonzados de tanta potra. Suárez estuvo en una de las mayores injusticias deportivas que vio la Copa de Europa.

Y al final, sujeto, adverbio, verbio y predicado, Luis Suárez nunca ganó la Champions de azulgrana.

El mundo avanza 50 años y la cicatriz sigue ahí, la maldición sigue presente.

Pasa medio siglo y el fútbol, tan caprichoso que creó los palos cuadrados para frustrar a Kubala y sus húngaros, decide romper el hechizo. Y viaja de La Coruña (Mordor), a Salto (Uruguay), para ungir a otro superclase a 9.900 kilómetros de distancia. No hablamos ahora de un fino estilista, sino de alguien que se hizo profesional a bocados y arañazos, de alguien que sabe lo que es El Hambre. Surge uno de los futbolistas contemporáneos más sancionados, a pesar de vivir del éxtasis del gol.

Su enastabilidad y instinto de ganador le llevarán en su convulsa carrera a transitar los siniestros parajes del racismo, la locura, las agresiones y la barbarie. La mala fortuna le llevan de un equipo perdedor a otro, para dejarle, a la tierna edad de 28 años, con un palmarés del que Iván Campo se ríe a carcajadas.

Pero llega una fecha y ahí está él, con el nueve a la espalda y el escudo del Barça en el pecho. En frente, dos de los hombres que invocaron a sus demonios: Chiellini y Evra. Aparentemente domesticado, su talento, su arte callejero y sus goles no han bastado para convencer a admiradores y enemigos de una verdad absoluta: Suárez es grande no por lo que ganó, sino por lo que no ganó. Suárez es Hambre, y nada más. En un 6 del 6 del 1+5 jugará de ariete y llevará consigo la maldición y la esperanza de un gallego atormentado que perdió el día que debía ganar. Sus movimientos y su veneno amenazan a una maldición y una verdad que dura ya 54 años.

Una verdad que tiembla.

Tiene un sujeto, un adverbio, un verbo, y un predicado: Suárez nunca ganó la Champions de azulgrana.

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