FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Así es el Barça de la nueva era, el que nos dejaron.
Sumamos seis de las últimas ocho Ligas, ocho ya en este siglo y 14 desde la llegada de Cruyff en 1988. La hegemonía es aplastante y tiene un mérito superlativo teniendo en cuenta que en esta era hemos vivido a Núñez (in person) y por tres veces a sus herederos. Pero el fútbol aún manda y en eso nadie sabe más que nosotros, los de azulgrana.
De esta última Liga podría decirse que el Barça la tiró a la basura cuando la tenía ganada, y sería cierto. Uno también podría apuntar que el Barça la ha ganado al mejor Atlético de la historia (sólo le falta solventar un pequeño asunto para amarrar esa condición) y a una Banda tan multimillonaria como siempre y con más hambre que nunca por sus reiterados fracasos en esta década. Y ya puestos, podríamos añadir que un equipo que llega de ganar un triplete parte con desventaja al año siguiente por el estrés acumulado, el exceso de metal en vena y la satisfacción de haberse conocido. Contra todo eso campeonamos, mamita.
Si nos remontamos a finales de verano e inicios de otoño, recordaremos que el Barça estaba frágil, que se hinchó a ganar partidos por un solo gol, que fue goleado en varios estadios, que se intuía la autocomplacencia. Además, se lesionó La Bestia Parda durante dos meses y aquello olía demasiado a que el equipo quería llegar fino a la Intercontinental pero que se aburría en las jornadas domésticas. Hubo días en que sólo faltó el trote cochinero de Sex para completar el regreso a 2012.
Pero seguramente, fue en esas semanas cuando el Barça ganó la Liga: en un mundo normal, La Banda habría aprovechado para sacarle seis puntos de ventaja en ese momento de debilidad; en Valdebebas, sin embargo, los futbolistas estaban demasiado ocupados cargándose a un Benítez que nunca fue bien recibido como sustituto de Ancelotti, y para ello se preocuparon incluso de palmar 0-4 en el Averno contra un rival que salió al césped sin La Bestia Parda.
Así llegó el invierno: un invierno en que se derritieron las nieves viendo el juego del equipo. A la solidez que se le supone a un campeón de Europa se sumó la electricidad de un aspirante y el hambre de un juvenil. El Barça redondeó actuaciones portentosas, barrió como tocaba a todos en el Mundial de Clubes y volvió a asombrar al planeta por la sintonía de los tres delanteros del equipo. En esas semanas, el Barça ganó a brillantez, tuvo días inolvidables, noches que creíamos que no viviríamos, como la del 6-1 al Celta, con maravillas para varias décadas.
El equipo volaba, pero quizás voló demasiado pronto. Llegaron los días en que Piqué quiso ser Piqué también fuera del césped y se arrancó con la mierda del Periscope, una frivolidad muy suya y muy del upper y de pensar que estaba todo hecho. El fútbol devolvió la bofetada y en tres semanas de estupor, voló la Champions, volaron la autoestima y el principal objetivo, y voló un impresionante colchón de puntos: tocaría ganar la Liga en las últimas cinco jornadas sin margen para el error.
Pero si el Barça fue campeón en brillantez, también lo fue en supervivencia. El esprint final se saldó con un 24-0 global y 14 goles de esa mala bestia que puebla las pesadillas de los centrales llamada Suárez. Sólo en Betis el asunto olió a chamusquina, pero el Barça apretó los dientes, resolvió el trance y acabó de ganarlo todo para volver a frustrar a sus rivales.
De la 24ª Liga del Barça un servidor recordará noches de grandeza y magia, el magisterio desatado de Messi, la generosidad inmensa de Busquets e Iniesta y un Mascherano que por vez primera pareció digno de estar en ese once. Será una Liga, cómo no, de Neymar: lesionado Dios, durante tres meses fue el mejor jugador del planeta con mucha diferencia y culminó una temporada portentosa a pesar de acabar peleado con el gol y de las hostias inhumanas, semana tras semana, de Los Hombres que no Amaban al Fútbol.
La 24º fue, también, la que sirvió para demostrar al mundo que el paso de Johan Cruyff por esta ciudad lo cambió todo, y que la última jornada ya no es una jornada para sufrir y llorar y romperse las camisetas. La última jornada es la de decirle al planeta que somos mejores, que lo sabemos, que nos molan los Chupa-Chups y que en ningún lugar del planeta se disfruta del balón como aquí. Por todo eso ganamos, por todo eso las gafas de sol.
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