FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Convendrán que en las jornadas de Liga más mansas se ponga uno filósofo. El Barça arrolló ayer al Sporting con cuatro destellos y un juego colectivo que si nos pillara de otro humor calificaríamos de mesetario. También con muchas rotaciones y la inevitable seriedad en un equipo con semejante banquillo.
Pero un asunto nos gusta destacar. Es bello, y necesario para el funcionamiento de esta sociedad felizmente alienada, que cuando uno se entrega a su principal pasión y ve a su equipo, mantenga alejado de sí el pensamiento más destructivo que embarga al proletario del siglo XXI: «Eso lo hago yo». Saben de qué les hablo porque les ha ocurrido a menudo en viendo a aquel Barjuan correteando, a Oleguer persiguiendo amigos imaginarios, a Puyol despejando un balón o a Mascherano perdiendo la posición. En este foro no tenemos el menor rencor de clase contra los multimillonarios que lucen de azulgrana, pero sí les pedimos que nos eleven el espíritu o, cuando eso no es posible, que al menos no nos hagan sentir como gilipollas por haber desistido de llegar a la elite.
En El Molinón se cumplió este mandato. Si hay algún cuñado de Amstel que considere que lo que hace Sergi Roberto lo hacía él «de joven, que tenía toque y corría mucho», ayer calló la boca. Si alguno piensa que jugar de delantero en el Barça es esperar a empujarla, el regate de pecho de Neymar le mantendrá tranquilo y estable en sus 46 horas de trabajo semanal en su gestoría. Si alguno piensa que al Sporting se le atropella solo, que contemple una docena de veces el caviar de Denis en el quinto.
Amigos, el lunes que se cierne sobre nosotros se debatirá mañana entre lo malo, lo infame y lo nefasto. Por lo menos no podremos culpar de ello a algún jeta tatuado que por alguna extraña razón llegó a la cima del fútbol.
PD. Habrán observado que los fraternales sentimientos que dan vida a esta cueva no han alumbrado el empate del miércoles en el Camp Nou ante el Atleti. Sepan disculparme, pero no nos sale odiar al Atleti: es la demostración de que Mourinho no sabía jugar ni a lo suyo, que era el mal y la destrucción. Contra este equipazo, cuando está afinado, sólo se puede ganar con las tres bestias al máximo nivel y, lástima de septiembre, no fue el caso. Cuando no están todos al 100%, jugar contra esa defensa es un ejercicio frustrante al que uno sólo le encuentra la gracia si piensa en personas ebrias que intentan romper una capa de hielo de 35 centímetros. Tal que así:
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