FCB: Furia, cólera y bilis
Hablamos de un equipo que está en el primer año de su...
Hubo un tiempo en que los futbolistas contaban que en sus equipos había muy buen ambiente porque jugaban al parchís en el avión. A medida que el periodismo y lo que quizás no es periodismo fue ganando terreno a su intocabilidad, comenzamos a saber de los asados, las comidas de hermandad y las conjuras de alto contenido proteico. De un tiempo a esta parte la verdad siguió avanzando y hemos alcanzado a saber también que los futbolistas, mamíferos bípedos, están dotados de pene. Y en tiempos de analfabetismo, redes sociales, frivolidad y clickbating abrazamos el momento histórico en que uno tiene más acceso a las proezas amatorias de los futbolistas que a algo tan inofensivo como sus entrenamientos.
Ustedes llevan toda la semana leyendo sesudos análisis sobre el asunto de Enrich y Luna, dos lozanos chavales insulares que por algún requiebro del destino han acabado jugando en el Eibar y que han aparecido refocilándose en un vídeo para entusiasmo de todos. Al conocer el asunto, uno se ilusionó ante la posibilidad de que esta bella historia de compañerismo sirviera para romper tabús sobre gays y fútbol. Pero ocurre que había también una mujer implicada, posiblemente engañada, y la cosa ha acabado aliementando la homofobia y el macherío campantes.
Es una pena. En un deporte como el fútbol, donde cuenta tanto la unión, el buen rollo y los intangibles de todo tipo, sería un grandísimo asunto que cundiera el ejemplo de encamarse juntos entre compañeros de equipo. ¿Qué no saldría de una hermosa relación entre Godín y Giménez? ¿No ayudaría que Piqué y Mathieu tuvieran su oportunidad para que el segundo aprendiera algo del primero? ¿No sería bello buscarle en el vestuario un sparring nocturno a Luis Suárez para que liberara tensiones y después le recordara a su compañero que le gustan los balones muy tocados y al primer palo? ¿Imaginan algo más sincero y más de verdad que a un Keylor y un Kaká encariñados bajo el crucifijo?
La idea, de hecho, es antigua. Hubo una vez un tal Górgidas que decidió que era un buen plan montar una unidad de elite del ejército tebano a 150 parejas de amantes. Corría el siglo IV antes de Cristo y Plutarco explicó así la fiereza de esa tropa: «Un batallón cimentado por la amistad basada en el amor nunca se romperá y es invencible». Lo cierto es que perdieron una sola batalla y su recuerdo ha perdurado: eran el Batallón Sagrado de Tebas; además de dar hostias como panes, sabían bautizar las cosas. Posiblemente hay que admitir que si les fue así de bien fue porque en aquel entonces no había Whatsapps, ni memes, ni Chiringuitos, ni notas de voz, ni una falsaria y opresiva moral oficial.
En fin. A pesar de la escandalera y a la espera de ver cómo afecta este caso a sus protagonistas, permitan ustedes que les diga que en un saque de esquina o una tángana, entre codazos, mordiscos, insultos y forcejeos, siempre querría en mi equipo a dos íntimos como Luna y Enrich. Felizmente, las leyes del fútbol son rudimentarias, no conocen la hipocresía y lo saben todo de los mamíferos.
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